
Hoy presencie un concierto decembrino sui géneris. En el estrado niñas y niños desde los cinco años tocando cellos y violines, Música de Navidad, de Haendel, de Hopkins y otros más. Su infantil interpretación la enmarcaba una solemnidad inusual en esa edad y las sonrisas estaban escondidas en las notas serias de los cellos.
Sólo una pequeña de cinco años, tocaba el cello con gracia y la música la acompañaba con tiernos movimientos infantiles, los demás seguían sin chistar las indicaciones musicales de su directora.
Fueron poco más de cuarenta minutos de agasajo musical, interrumpidos por aplausos, aplausos de manos ancianas, algunas de ellas deformes por el pasar de los años y de las angustias. Lo sui géneris del concierto fue esa combinación entre las interpretes de cinco años y los asistentes que promediaban los noventa.
La mayoría de los asistentes atentos al concierto, pero una ancianita en particular, gozaba enormemente del evento. Yo la miraba de reojo, y no paraba de sonreírles a los niños interpretes y aventarles besos con sus manos artríticas. Su mirada reflejaba su regocijo y alegría, su forma de vivir.
Esa es la combinación sui géneris, la natural expresión infantil que nos contagia a nuestro niño interno, y nuestro niño longevo que sigue sonriendo en nosotros. Pero, no todos lo conservan, algunos lo matan en el camino, son pocos los que a pesar de sus manos deformes y viejas, nos muestran sonrisas infantiles. Nos muestran su alegre corazón.
Esa ancianita es mi “alumna” consentida. No habla mucho, no llora su pasado, no presume discursos longevos, solo sonríe, solo te agradece tus cariños, solo te contagia de su alegría.
Al final, cuando me despedí de ella, le dije: Mi querida Elo, te voy a raptar, a lo que ella me contesto: Me encantaría… y tras el cristal de la puerta su rostro de perdió en la noche.
P.D. Voy a raptar su alegría, sus ojos longevos que cantan, sus manos frías ancianas que acarician tiernamente, sus besos que avienta con tanto amor y agradecimiento, voy a raptarla para hacerla mía y que cuando la ancianidad me encuentre en mi camino, poderle sonreír, como Elo lo hace.
Sólo una pequeña de cinco años, tocaba el cello con gracia y la música la acompañaba con tiernos movimientos infantiles, los demás seguían sin chistar las indicaciones musicales de su directora.
Fueron poco más de cuarenta minutos de agasajo musical, interrumpidos por aplausos, aplausos de manos ancianas, algunas de ellas deformes por el pasar de los años y de las angustias. Lo sui géneris del concierto fue esa combinación entre las interpretes de cinco años y los asistentes que promediaban los noventa.
La mayoría de los asistentes atentos al concierto, pero una ancianita en particular, gozaba enormemente del evento. Yo la miraba de reojo, y no paraba de sonreírles a los niños interpretes y aventarles besos con sus manos artríticas. Su mirada reflejaba su regocijo y alegría, su forma de vivir.
Esa es la combinación sui géneris, la natural expresión infantil que nos contagia a nuestro niño interno, y nuestro niño longevo que sigue sonriendo en nosotros. Pero, no todos lo conservan, algunos lo matan en el camino, son pocos los que a pesar de sus manos deformes y viejas, nos muestran sonrisas infantiles. Nos muestran su alegre corazón.
Esa ancianita es mi “alumna” consentida. No habla mucho, no llora su pasado, no presume discursos longevos, solo sonríe, solo te agradece tus cariños, solo te contagia de su alegría.
Al final, cuando me despedí de ella, le dije: Mi querida Elo, te voy a raptar, a lo que ella me contesto: Me encantaría… y tras el cristal de la puerta su rostro de perdió en la noche.
P.D. Voy a raptar su alegría, sus ojos longevos que cantan, sus manos frías ancianas que acarician tiernamente, sus besos que avienta con tanto amor y agradecimiento, voy a raptarla para hacerla mía y que cuando la ancianidad me encuentre en mi camino, poderle sonreír, como Elo lo hace.