domingo, 15 de marzo de 2009

¡Los Viajes Ilustran!


Por fin me encontraría con mi hermano en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas. Habíamos estado hablándonos por el celular pero no coincidíamos. O el estaba en León o yo estaba visitando lo tradicional de la ciudad de Guanajuato.

Poco nos vemos, tal vez unas dos veces por año y nuestra comunicación se ha convertido en un simple y frío vínculo cibernético y telefónico. No hay como el abrazo fraterno de palmadas que dicen te quiero, y ese mirar más allá de los ojos, hasta casi los afectos y esa cercanía que mide las expresiones que salen de la emoción.

Claro que el celular es muy útil, tal útil como para que se faciliten los encuentros…
Suena el mío, ¿Dónde estás?, Ya estoy en la Alhóndiga.
Rastreo visualmente el panorama y rápidamente doy con el. Pero no fueron mis ojos los instrumentos para hallarlo, fue la energía que percibí.

Es como dejarse ir, sin pensar, sin utilizar mucho los sentidos. Dejar que la intuición o el instinto funcionen. Estaba ahí, a un costado de la Alhóndiga, con el celular pegado al oído, con una sonrisa que no le pude distinguir por la distancia, pero sabía que sonreía.

Tantas veces me han dicho que la “sangre llama”. Que el haber nacido y crecido de la misma familia crea vínculos y afectos. Distingue los extraños, de los cercanos consanguíneamente. A veces no lo he creído tan de cierto porque podemos referirnos también a los afectos de amigos y parientes escogidos. Pero hoy, en la Alhóndiga, con cientos de personas extrañas, yo sabía exactamente donde se encontraba mi hermano.

Nos acercamos y con un abrazo, refrendamos nuestros afectos. Fuimos a comer, paseamos por el mercado, nos intercambiamos información pendiente y al final, en una alegre plazoleta, nos despedimos.

Un encuentro breve a la distancia, que me enseño apreciar, no se si fue su soledad, su tristeza o tal vez su alegría. Lo vi tan de cerca, como tan de cerca se puede ver el alma. Lo toque, empatice su alejamiento y me hice amigo de su andar distante.

Que inconscientes frecuentemente somos, que dejamos de caminar saboreando la miel de la vida. Sin darnos cuenta de los detalles que nos hacen ser lo que somos. Estar en lugares en donde, antes o después, suceden cosas muy significativas e importantes.

Como por ejemplo, recordar que en la Alhóndiga de Granaditas estuvieron colgadas. Si, ¡Colgadas!, para exhibir los símbolos del poder, durante 9 años y 8 meses las cabezas de cuatro hombres que lucharon por la independencia de México: Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez.

Me preguntarán mis fantasmales lectores, ¿Qué tiene que ver el suceso histórico de las cabezas colgadas en la Alhóndiga con el encuentro con mi hermano. Pues nada. Pero salió a colación el estar concientes de nuestro andar. De no caminar como idiotas por la vida, como turistas típicos que sólo ven lo que les dejan ver. Dejarse sentir el respeto y la admiración por la lucha de algunos hombres. Dejarse sentir la filiación amorosa por algunos cercanos.

Como por ejemplo, otro detalle vivido en mi viaje a Guanajuato, fue cuando estábamos en el Callejón del Beso, si, ese callejón angosto donde los niños autóctonos cuentan la historia de Romeo y Julieta guanajuatense. La del amor de Carmen, rica española, con Carlos, minero pobre. Por la corta distancia de sus balcones, se besaban a escondidas de sus padres. Una noche, ¡chin, que los cachan!, y el padre de la doncella, con una daga española, mata a su hija delante del novio. Shakespeare también lloró esa noche.

Pero a lo que voy, es ver a la gente en ese lugar. Van muchos chavos de primaria y secundarias en visitas guiadas. Aprovechan para besar públicamente a la novia o al novio, cuando son heterosexuales y a la pareja, cuando son homosexuales. Se vive un ambiente de relajo, ¡Que importan las leyendas! Lo importante es sonreír y besar. También, gozar con porras y gritos el beso prolongado de dos viejitos enseñando la pasión. ¡Eso es un beso y no chingaderas…!

Por hoy, mis queridos lectores imaginarios, solo me resta decirles que: ¡los viajes ilustran!, viajemos pues. Saludos, y ¡Viva Guanajuato!