domingo, 8 de abril de 2012

Enseñar a pensar



A veces vivimos una determinada circunstancia que nos conecta con algo especial, podría decirse mágico, personal, trascendente, o me atrevería a decir finalmente: verdadero. Sale de una palabra, de una realidad que no está ligada directamente con su derivación, pero la conecta. Es como leer entre líneas, encontrar la respuesta de un enigma, descubrir la pista de una encrucijada, “atar cabos” y llegar a una meta.

Hoy vi una película que atrajo mi atención, devorando a cada instante hasta el grado de las lágrimas, sin perder de vista el mensaje escondido de la trama. “Tan fuerte y tan cerca” es la adaptación al cine de la novela de Jonathan Safran Foer. Es la historia de una relación especial entre un padre y su hijo, relación que se ve interrumpida por la muerte del padre en los atentados del 11 de Septiembre en las Torres Gemelas de Nueva York.

Pero lo trascendente de la historia es la peculiar relación que el padre establece con su hijo: lo enseñó a pensar, a analizar las situaciones y a llegar a una respuesta, lo cual es justo lo que la vida demanda. Aprender un proceso personal que enaltece al si mismo. Reafirma la confianza personal, y eleva la autoestima tan necesaria para caminar por la vida. Permitir que el niño descubra su entorno, que tenga la oportunidad de conocer la vida, que no se lo demos todo digerido, que él mismo construya y arme las piezas del rompecabezas.

Es curioso, pero los padres que les costo mucho hacerse hombres y mujeres de “bien”, quieren “ahorrarles” a sus hijos ese camino. Que ellos no sufran lo que sus padres, y no se dan cuenta que ese ahorro significa el fracaso o la dificultad en la vida de sus hijos. Si a mi me costo mucho sacrificio comprarme mi primer coche, quiero que mi hijo lo tenga para cuando vaya a la universidad, sin acordarme que yo invertía muchas horas en desplazarme en metro, camiones, o a veces hasta caminando porque me había gastado lo que mis padres me había dado para el transporte. Ya se me olvidó que Eso me forjo. Lo que me costó, lo aprendí a valorar, y eso es el secreto del aprendizaje.

El término “valor”, “importante”, “necesario”, le da a nuestra vida un toque especial, que sin él no se puede avanzar. El vocablo “valor” habla de la frecuencia vibratoria de la energía, que debe ser la misma que tengamos nosotros con el objeto al cual le damos valor. Vibrar en sintonía con eso que le damos importancia, es obtener resonancia entre ambos. . Un ejemplo de la sintonía es buscar en el cuadrante del radio el número de la estación que queremos escuchar. O sea, obtenemos lo que deseamos cuando entramos en sintonía con lo que valoramos. Si valoramos la amistad, la conservaremos; si valoramos el dinero, fluirá y estará en abundancia en nuestra vida.

Que equivocados estamos los padres cuando encapsulamos a nuestros hijos porque no queremos que sufran. Claro, quien quiere ver sufrir a sus hijos, creo que conscientemente nadie, sin darnos cuenta que sufrir es madurar. Pero, como podemos hacerlo sin que nosotros les causemos ese sufrimiento. No se preocupen, papás, ese sufrimiento lo tiene cada uno en su karma. Ayudar a nuestros hijos a valerse por sí mismos, que aprendan a confiar en ellos, como nosotros hacerlo también.

Erróneamente forjamos egos en nuestros hijos, cosa que nadie nos enseñó y por eso repetimos las historias. Llenamos sus vasos de creencias equivocadas, con la finalidad de que ellos descubran las verdaderas. Esperar a que la conciencia llegue en la maduración para poder cambiar. Tirar lo inservible y acumulado de nuestra vida y sustituirlo por lo que vale.

Eduquemos a nuestros hijos como si nos fuéramos a ir pronto, como en la película “Sólo contra el mundo” (The Earthling) de William Holden y Ricky Schroder, para que uno aprenda a sobrevivir y el otro a amar. Lo que pasa a veces es que somos desconfiados y creemos que nuestros hijos por ser inexpertos son estúpidos, “Aprendamos a que nuestros hijos aprenden con sus errores”, dejémosle que tomen sus decisiones aunque sepamos que están equivocados. Ya ni siquiera decirles: “Te lo dije…” Nadie aprende en cabeza ajena.

Claro que podemos aconsejarlos, guiarlos, prevenirlos de lo que pudiera pasar, pero siempre conscientes que las decisiones son de ellos. El punto es y nuestra obligación como padres es enseñarlos a pensar, que aprendan a despertar la conciencia, que aprendan a confiar en ellos y a formar su autoestima. Si lo hacemos, nos sorprenderemos en descubrir seres extraordinarios en nuestros hijos.

Es cuanto.

viernes, 6 de abril de 2012

La mar, mi amor.



Hace como treinta años escribí unas líneas sobre el Mar. Hoy volví, no era el mismo, pero sus encantos nunca los pierde.






Mi ansia infantil desesperada



aguardaba lentamente los minutos



y al encuentro simplemente separaba



una fonda en su aparición escondía.






Mis ojos se llenaron de tus aguas,



mi pecho se abrió con tus olores,



la dulzura de tus vientos cual cabellos,



rozaban mi piel sin tus colores.






Al tocarte yo sentía tu frescura



bienvenida aceptación de tu pasión,



que con ella me abrazabas, compañera



al son de tu dulce canción.






Y ya juntos como amantes,



nos quedamos tú y yo,



solos en la inmensidad,



cerca de nuestro palpitar.






Y al acercarme a tus pechos,



frescos y ondulantes,



mis recuerdos invadieron,



una ternura maternal.






Me sentía pequeñito,



como protegido en tus brazos,



al vaivén de tus latidos,



yo dormido me quedaba.






Y caminando... tocando,



con mis pies tu firmeza.



Me ibas tocando, tocando,



como invitando a bailar.






Y yo contigo jugaba



pateando tus olas blancas,



que blancas como la luna,



entraban en sin razón.






Y al tiempo que yo te amaba,



al mismo son yo te temía.



Tu inmensidad me dejaba,



absorto y con armonía.






Y yo al sentirte me sentía,



dulce vida de mi vida,



nuevamente enraizado,



como volando, volando,



amor de mi despertar.






Luimi