martes, 17 de julio de 2012

La pequeña Ivonne, una flor del desierto.


 
…la pequeña, hermosa como una muñeca, de esas que venden en San Juan de Letrán: naricita respingada, manitas regordetas, pancita de buda chico, cabello negro, ojos vivaces... Recordando a Ivonne mi hija cuando de chiquita, en los festivales de la escuela, vestida de florecita, bailaba con una gracia sin igual.


Hoy descubrí que tener una hija y hacer un libro son complementarios. Estoy buscando recuerdos en mi mente que me puedan ayudar a tocar esos acercamientos, que sí los hubo, pero no los veo de comienzo claros. Una niebla baña mis intentos de una memoria poco efectiva, para rescatar respuestas y dudas. Mi búsqueda es infructuosa porque tal vez estoy buscando en el lugar equivocado y mi memoria intelectual no me ayuda. Rascaré en mi memoria emocional y tal vez encuentre una flor exótica, salvaje, única, diferente a todas las demás, con una belleza que desconcierta y puede ser que hasta miedo me de.

¿Por qué me cuesta tanto trabajo mirar en un espejo, en el reflejo de mi hija y no reconocer muchas similitudes conmigo? Somos tan parecidos que podríamos ser hasta gemelos invertidos. Su feminidad invadida de tonos graves y la mía de toques femeninos.

Recuerdo que mi hija en la adolescencia jugaba mejor al fútbol americano que sus hermanos, se subía a los árboles, no le gustaba ponerse vestido. Sus colores preferidos no eran ni rosa ni los colores brillantes, era el negro. En la escuela destacaba por ser diferente, se peleaba con la autoridad, y la escuela no fue su fuerte. Sus amigos, la mayoría hombres, la buscaban mucho, porque ese don de la amistad se le daba, y se le daba muy bien.

Le gusto tanto la adolescencia que todavía guarda algunos rasgos de ella, aunque en su adultez aparecen tintes enigmáticos y arcanos. No se distingue por ser común y muy lejos de ello, se inventa día a día diferente. Descubrirla es no tratar de entenderla, sino mirar su belleza escondida como las flores del desierto. No es un libro abierto, pero cada página encierra secretos tiernos y hermosos.

Al intentar describirla encontré a Mario Vargas Llosa y su poema: “Todas las flores del desierto están cerca de la luz”, que nos dice: Las flores del desierto son las mujeres que tienen sonrisas en los ojos, son las que acarician con ternura a los perros. Las mujeres hermosas son las que se ríen libres de los chistes de la tele, y se tragan el fútbol a cambio de un beso. Las mujeres hermosas desgastan las sonrisas mirando a los ojos, y cruzan las piernas y arquean la espalda. A las flores del desierto hay que saber mirarlas más allá de su extraña apariencia…

Y hablando de perros, a ella le encantan y son su vida. Ha aprendido su idioma y a veces se comunica mejor con ellos que con los “humanos”. Tiene una sensibilidad muy desarrollada para los animales, su compasión sobrepasa cualquier normalidad y siempre les está buscando casa a los perros de la calle. Que lástima que no se ladrar, sino, podría platicar largo y tendido con ella.

Bueno fuera que mi hija hubiera sido mi nieta, la vería con ojos de abuelo consentido. Pero los “hubieras” no existen y en su adultez podemos todavía rescatar encuentros de querencias cercanas. No ha sido fácil, más bien escasos esos momentos, pero hay una necesidad de contar con esa que no se deja querer, con ese que no se deja a papachar. Son esas espinas amenazantes que ahuyentan esos intentos, pero no sólo hay espinas, también hay bellas flores y a esas hay que llegar.

Ivonne es una de ellas, una flor del desierto que me escribió algo como esto:

Eres como un sueño

que sólo veo por instantes,

y en él soy absolutamente feliz.



Eres como un sueño

que no cabe en el mundo del entendimiento.

No puedes ser parte de la razón

en ella no existen almas como la tuya.



Deja que siempre te sueñe,

nunca me dejes pensarte

porque nunca nadie

podría crearte.



No dejes que la tempestad

nos aleje.

Permite que te sienta,

que tenga un poco de tu grandeza.

No te la lleves contigo,

quisiera sólo una vez

ser parte de ti.

Y con esa última frase me quedo: “Quisiera sólo una vez ser parte de ti”.

Estoy en deuda con esa pequeña, hermosa como una muñeca de esas que venden en San Juan De Letrán, naricita respingada, manitas regordetas, pancita de buda chico, cabello negro, ojos vivaces…