Hace dos días me encontraba en mi ataúd, tratando de morirme.
Muy quieto, con mis brazos cruzados sobre el pecho y una silenciosa respiración.
Era oscuridad casi total, sólo mi conciencia presente, como una pequeña flama, irrumpía su reino.
Sí, deseaba esa oscuridad de muerte, esa real y majestuosa muerte que me ayudara a morir.
Con ropas negras como testigos acompañantes, viajarían conmigo en mi viaje y serían los atuendos de mis huesos y de mi alma.
Muerto estaba ya y sólo me encontraba.
Mi conciencia había salido a su propia muerte y me dejaba sólo con la mía.
Negro total, paz total, muerte total, vivía yo en mi ataúd.
Era ya parte de la nada.
Nada había conmigo ni yo mismo estaba ya.
Huecos oscuros y silencios sin tiempo cantaban juntos mi muerte.
El tiempo moría conmigo, mis negras ropas, mis sueños oscuros, mis lágrimas negras, mi conciencia amiga y enemiga moría necesariamente a mi lado.
Como amantes moríamos de la mano juntos.
Mi eterna conciencia me dejaba, me dejaba morirme sólo, para que ella muriese después, un segundo después.
Como Romeo y Julieta en la tumba de Shakespeare.
Y continuaba mi muerte como fiesta interminable de continuos silencios olvidados y solos.
Muerte real ahora era mi muerte de siempre, mi muerte cotidiana de todos los días moría por fin. Esa sí era una muerte seria, no chingaderas de muertes inconscientes de vida.
Muerto todavía seguía esperando, esperando, esperando…
A lo lejos se oían voces mundanas que me buscaban.
Sin darme cuenta de que existieran aún, abrí mis ojos en la oscuridad, y pude ver el Sol.
Mi cuerpo nuevamente yo sentía, y veía mi conciencia como una bella mujer que me sonreía.
Se acercaba majestuosa, y tiernamente me abrazaba y con ese abrazo se perdía en la inmensidad de mi alma.
Conciencia mía nueva vida corría,
sangre viva me nacía en mis venas
y mis ojos podían ver lo invisible.
Despertaba de un sueño de vida o de muerte, no lo sé, pero despertaba al fin.
Y a mi lado mi conciencia estaba nueva conmigo.
Ambos renacidos volvíamos con la naturaleza otoñal que habíamos dejado dormida, y ahora el otoño estaba cubierto de colores amarillos, naranjas y rojos bajo el Sol.
Mi piel recobraba su color y nuevamente percibía el calor de la vida.
Y recuerdo que lloré, gustoso de volverme humano otra vez.
Regresaba para comenzar mi reinado, después de haber visitado la muerte, amiga sabia de viajes oscuros.
Era ya el hoy del ayer que siempre debió haber sido.
Era y es mí hoy y siempre mío.
Es mi renacer y mi olvido, de lo que ayer como testigo,
se murió hace dos días en ese ataúd, que no era mío.
Muy quieto, con mis brazos cruzados sobre el pecho y una silenciosa respiración.
Era oscuridad casi total, sólo mi conciencia presente, como una pequeña flama, irrumpía su reino.
Sí, deseaba esa oscuridad de muerte, esa real y majestuosa muerte que me ayudara a morir.
Con ropas negras como testigos acompañantes, viajarían conmigo en mi viaje y serían los atuendos de mis huesos y de mi alma.
Muerto estaba ya y sólo me encontraba.
Mi conciencia había salido a su propia muerte y me dejaba sólo con la mía.
Negro total, paz total, muerte total, vivía yo en mi ataúd.
Era ya parte de la nada.
Nada había conmigo ni yo mismo estaba ya.
Huecos oscuros y silencios sin tiempo cantaban juntos mi muerte.
El tiempo moría conmigo, mis negras ropas, mis sueños oscuros, mis lágrimas negras, mi conciencia amiga y enemiga moría necesariamente a mi lado.
Como amantes moríamos de la mano juntos.
Mi eterna conciencia me dejaba, me dejaba morirme sólo, para que ella muriese después, un segundo después.
Como Romeo y Julieta en la tumba de Shakespeare.
Y continuaba mi muerte como fiesta interminable de continuos silencios olvidados y solos.
Muerte real ahora era mi muerte de siempre, mi muerte cotidiana de todos los días moría por fin. Esa sí era una muerte seria, no chingaderas de muertes inconscientes de vida.
Muerto todavía seguía esperando, esperando, esperando…
A lo lejos se oían voces mundanas que me buscaban.
Sin darme cuenta de que existieran aún, abrí mis ojos en la oscuridad, y pude ver el Sol.
Mi cuerpo nuevamente yo sentía, y veía mi conciencia como una bella mujer que me sonreía.
Se acercaba majestuosa, y tiernamente me abrazaba y con ese abrazo se perdía en la inmensidad de mi alma.
Conciencia mía nueva vida corría,
sangre viva me nacía en mis venas
y mis ojos podían ver lo invisible.
Despertaba de un sueño de vida o de muerte, no lo sé, pero despertaba al fin.
Y a mi lado mi conciencia estaba nueva conmigo.
Ambos renacidos volvíamos con la naturaleza otoñal que habíamos dejado dormida, y ahora el otoño estaba cubierto de colores amarillos, naranjas y rojos bajo el Sol.
Mi piel recobraba su color y nuevamente percibía el calor de la vida.
Y recuerdo que lloré, gustoso de volverme humano otra vez.
Regresaba para comenzar mi reinado, después de haber visitado la muerte, amiga sabia de viajes oscuros.
Era ya el hoy del ayer que siempre debió haber sido.
Era y es mí hoy y siempre mío.
Es mi renacer y mi olvido, de lo que ayer como testigo,
se murió hace dos días en ese ataúd, que no era mío.
7 comentarios:
No sé cómo es que llegaste a tu ataúd, pero el acto de morir y despertar, viendo con ojos nuevos . . . creo que eso es el verdadero significado del bíblico "volver a nacer."
Cuando los símbolos permanecen en eso, van volviéndose viejos. Y de tanto usarse pueden comenzar a agrietarse primero y a separar después las partes que los componen. Y se rompen, como un juguete viejo que ya nadie va a usar.
La muerte, para que sea el inicio de un renacer como dice la gringa que dicen por ahí, debe esperarse una vez, de frente. Bien plantados al centro de esta plaza que es la vida y entonces, cuando llegue, agarrar a ese toro por los cuernos e irse con él. Pero como con todas las embestidas en la vida, inclusive la última, la de la muerte, el secreto es esperarlas bien plantados.
Por eso los símbolos se van haciendo viejos. Por eso las viejas sociedades de símbolos se han convertido en la oscuridad que en otros tiempos buscaron. Y se han quedado sólo en eso, en oscuridades inaccesibles.
Hmmm...interesante la perspectiva de Silvestre. Como todos, sólo puedo hablar con confianza acerca de mi propia experiencia. He muerto (simbolicamente) varias veces, y este simbolismo de la muerte/la resurección me ha ayudado a entender mejor los tiempos más dolorosos de mi vida, de experimentar el duelo, y volver a comenzar... y así vivir despierta y "bien plantada."
Para mí,los símbolos pierden su poder y se vuelven inútiles y viejos sólo cuando se interpretan literalmente (como podemos observar en muchas religiones fundamentalistas). Entonces sí, creo que se distorcionan y ya no sirven para nada.
No sé si vas a comentar, Matus, pero te agradezco la reflexión que me impresionó bastante.
De hecho la experiencia habla por si misma. Nuestra realidad está en la mente y a veces pudiera estar muy lejos de la realidad real.Lo interesante son las emociones que nos hacen actuar. Por eso digo, que vamos dos hacia la muerte:Nosotros con nuestra emoción y nuestra conciencia que va un paso atrás.
¿eeeh?
Esta vez estoy de acuerdo con il gatto pazzo (loco). Aclaración, por favor, estimado Don Matus!
Aparentemente todos vivimos en una misma realidad,pero cada quién la puede "ver" de diferente forma.Algunos la ven sólo con la mente (fríos, calculadores,insensibles.Otros, al revés.y otros más, la pueden ver más integralmente, más holisticamente. La muerte, como realidad humana, es un proceso muy personal. Cada quién la vive, según haya aprendido en la vida. Pero, quién a ido y regresado,para contarnosla.Sólo en el Decamerón, sólo con la imaginación.
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