Niñez feliz, llena de alegrías, en donde la familia era muy importante. Claro y como siempre con pleitos de hermanos, y todo eso, pero un ingrediente importante y siempre presente, eran los juegos.
Recuerdo que había reglas que no se discutían. Los niños a la cama aún cuando todavía había luz de día, porque al día siguiente había que levantarse muy temprano para ir a la escuela, todavía con la oscuridad de la mañana.
Me gustaban los cuadernos, los lápices, las tareas, la maestra de primer grado, los recreos, mis amigos, mi alberca inflable que papá ponía arriba de muchos periódicos, porque si no se picaba, decía él, y teníamos que esperar a que con una manguera se llenara, era eterna la espera. Ese día caluroso, invitábamos a los primos a nadar en nuestra alberca, no era tan chica, pues mi papá cabía en ella.
Ese día era de fiesta, había limonada y sándwiches. Jugábamos y jugábamos en la alberca hasta que nuestras manos se envejecían, y mamá nos metía a bañar, imagínense, a bañar después de haber estado todo el día en el agua, que locura. Me encantaba el Cadillac de papá, uno se subía en el volante y los otros empujaban el coche. Tenía un volante blanco, grande y con un círculo plateado que era el claxon. Teníamos que alzar la cabeza para poder ver hacia delante, si no chocábamos. Mis recuerdos son más del patio que de la casa misma. La casa era oscura por dentro y recuerdo que el baño tenía una tina con patas.
A veces mis recuerdos son las mismas fotos que papá nos tomaba cuando éramos chicos, y para él era un hobby. Le gustaban más las transparencias que las fotos de papel y tenía muchos carruseles para que las viéramos en una pantalla y claro, hacíamos cinito y nos reíamos mucho. Papá les ponía titulo a cada foto y fecha.
Otro recuerdo muy bello, era la Pascua de la tía Ana Julia. Todos los años esperábamos con ansías esa fecha y muchas semanas antes, nos poníamos a pintar los huevos, que claro el principal pintor era papá. Tenía mucha imaginación, los pintaba de bolitas, rayas, de muchos colores, y cuando ya nos aburríamos, papá seguía pinte y pinte. Los colocaba en unas bases de huevos y cada familia llevaba muchos.
Papá los llenaba de dulces y les pegaba con papel de colores en la tapa. Cuando llegábamos a la casa de Ana Julia, corríamos al jardín para mirar a donde habían escondido los huevos y a los mayores nos decían que eso era trampa.
Nos formaban por tamaños, primero los chiquitos en la fila y nos entregaban una canasta para colocar los huevos.
Nosotros los grandes corríamos en todas direcciones y tomábamos los huevos hasta llenar la canasta. Después venían los juegos y concursos que tenían muy buenos premios, competían chicos y grandes, papás e hijos, mamás e hijas. Éramos buenos para el salto de escoba, brincos con sacos, y claro, las competencias de jalar la cuerda, conjuntamente chicos y grandes. Las manos me quedaban adoloridas por el mecate.
Comíamos hotdogs, palomitas, huevos duros, dulces, y claro al final ricos helados de sabores. A lo lejos, tras una reja, nos miraba el perro de mi tía, un Pastor Alemán enorme y feroz, pero creo que no era tan feroz ya que nos ladraba muy fuerte, como echándonos porras.
Ese día era largo y divertido, nos la pasábamos súper y bueno como todo, al término del día, nos teníamos que esperar todo un año para regresar al próximo.
Me gustaba también ir a la casa de mi abuela, porque éramos un montón y yo tenía muchos primos con quién jugar. No recuerdo si eran los sábados o los domingos cuando nos juntábamos. Mi abuelo era divertido, nos compraba muchas paletas de limón y lo acompañábamos por ellas.
Mi abuelo era pintor y yo lo admiraba. Tenía un escritorio grande en donde guardaba en sus cajones muchas herramientas. Tenía un escupidero, y siempre echaba sus escupitajos y se limpiaba nariz y boca con un paliacate de colores, casi siempre rojo que se guardaba en el bolsillo trasero de su pantalón.
Las señoras tejían en la sala, mientras la muchachada corría por toda la casa, y el abuelo buscaba que travesuras hacer. Era como un señor niño, travieso, y se reía de las travesuras que les hacía a todos. Sus manos eran grandes y callosas, sus uñas fuertes. Recuerdo que iba tras el gato gris, lo agarraba de la cola y lo deslizaba por todo el pasillo, el gato trataba de huir y el abuelo iba tras él para hacerle lo mismo una y mil veces. Pobre gato, yo creo que odiaba a mi abuelo.
En la parte de arriba, había una habitación que me encantaba subir: el cuarto de mis tíos los arquitectos, me pasaba las horas viendo sus trabajos, los planos, la plastilina moldeada en una cara y las maquetas, yo quería ser arquitecto como ellos.
Mi abuela era una gran cocinera, hacía unos buñuelos riquísimos con miel de piloncillo, un arroz blanco y rojo y unos frijoles de rechupete y nos daba leche de establo. Mi abuelo repartía leche y tenía unos tambos con agarraderas y un medidor para llenar los recipientes de los clientes.
Mi abuela no sólo era buena cocinera, sino buena maestra y a sus hijas y nietas les enseñaba muchas cosas.
Que grata niñez recordar en casa de los abuelos y con la tía Ana Julia, aunque también fueron muchos los momentos agradables en la escuela. Desde el primer año, con el maestro Villalobos, era muy buen maestro, paciente y tierno. Me gustaban mucho el recreo, jugábamos espiro y íbamos a la tiendita, nos arremolinábamos para poder comprar.
Otro recuerdo muy grato era acompañar a mi papá a trabajar a la fábrica. Recuerdo la máquina de imprenta, que Roberto me enseñaba a manejar, tenía uno que ser cuidadoso, porque si no se podía uno machucar las manos. Otra también peligrosa era la guillotina, cortaba el papel como si fuera mantequilla. Había muchas chicas trabajando en la hechura de sobres, recuerdo a una que era muy paciente conmigo.
Recuerdo que había reglas que no se discutían. Los niños a la cama aún cuando todavía había luz de día, porque al día siguiente había que levantarse muy temprano para ir a la escuela, todavía con la oscuridad de la mañana.
Me gustaban los cuadernos, los lápices, las tareas, la maestra de primer grado, los recreos, mis amigos, mi alberca inflable que papá ponía arriba de muchos periódicos, porque si no se picaba, decía él, y teníamos que esperar a que con una manguera se llenara, era eterna la espera. Ese día caluroso, invitábamos a los primos a nadar en nuestra alberca, no era tan chica, pues mi papá cabía en ella.
Ese día era de fiesta, había limonada y sándwiches. Jugábamos y jugábamos en la alberca hasta que nuestras manos se envejecían, y mamá nos metía a bañar, imagínense, a bañar después de haber estado todo el día en el agua, que locura. Me encantaba el Cadillac de papá, uno se subía en el volante y los otros empujaban el coche. Tenía un volante blanco, grande y con un círculo plateado que era el claxon. Teníamos que alzar la cabeza para poder ver hacia delante, si no chocábamos. Mis recuerdos son más del patio que de la casa misma. La casa era oscura por dentro y recuerdo que el baño tenía una tina con patas.
A veces mis recuerdos son las mismas fotos que papá nos tomaba cuando éramos chicos, y para él era un hobby. Le gustaban más las transparencias que las fotos de papel y tenía muchos carruseles para que las viéramos en una pantalla y claro, hacíamos cinito y nos reíamos mucho. Papá les ponía titulo a cada foto y fecha.
Otro recuerdo muy bello, era la Pascua de la tía Ana Julia. Todos los años esperábamos con ansías esa fecha y muchas semanas antes, nos poníamos a pintar los huevos, que claro el principal pintor era papá. Tenía mucha imaginación, los pintaba de bolitas, rayas, de muchos colores, y cuando ya nos aburríamos, papá seguía pinte y pinte. Los colocaba en unas bases de huevos y cada familia llevaba muchos.
Papá los llenaba de dulces y les pegaba con papel de colores en la tapa. Cuando llegábamos a la casa de Ana Julia, corríamos al jardín para mirar a donde habían escondido los huevos y a los mayores nos decían que eso era trampa.
Nos formaban por tamaños, primero los chiquitos en la fila y nos entregaban una canasta para colocar los huevos.
Nosotros los grandes corríamos en todas direcciones y tomábamos los huevos hasta llenar la canasta. Después venían los juegos y concursos que tenían muy buenos premios, competían chicos y grandes, papás e hijos, mamás e hijas. Éramos buenos para el salto de escoba, brincos con sacos, y claro, las competencias de jalar la cuerda, conjuntamente chicos y grandes. Las manos me quedaban adoloridas por el mecate.
Comíamos hotdogs, palomitas, huevos duros, dulces, y claro al final ricos helados de sabores. A lo lejos, tras una reja, nos miraba el perro de mi tía, un Pastor Alemán enorme y feroz, pero creo que no era tan feroz ya que nos ladraba muy fuerte, como echándonos porras.
Ese día era largo y divertido, nos la pasábamos súper y bueno como todo, al término del día, nos teníamos que esperar todo un año para regresar al próximo.
Me gustaba también ir a la casa de mi abuela, porque éramos un montón y yo tenía muchos primos con quién jugar. No recuerdo si eran los sábados o los domingos cuando nos juntábamos. Mi abuelo era divertido, nos compraba muchas paletas de limón y lo acompañábamos por ellas.
Mi abuelo era pintor y yo lo admiraba. Tenía un escritorio grande en donde guardaba en sus cajones muchas herramientas. Tenía un escupidero, y siempre echaba sus escupitajos y se limpiaba nariz y boca con un paliacate de colores, casi siempre rojo que se guardaba en el bolsillo trasero de su pantalón.
Las señoras tejían en la sala, mientras la muchachada corría por toda la casa, y el abuelo buscaba que travesuras hacer. Era como un señor niño, travieso, y se reía de las travesuras que les hacía a todos. Sus manos eran grandes y callosas, sus uñas fuertes. Recuerdo que iba tras el gato gris, lo agarraba de la cola y lo deslizaba por todo el pasillo, el gato trataba de huir y el abuelo iba tras él para hacerle lo mismo una y mil veces. Pobre gato, yo creo que odiaba a mi abuelo.
En la parte de arriba, había una habitación que me encantaba subir: el cuarto de mis tíos los arquitectos, me pasaba las horas viendo sus trabajos, los planos, la plastilina moldeada en una cara y las maquetas, yo quería ser arquitecto como ellos.
Mi abuela era una gran cocinera, hacía unos buñuelos riquísimos con miel de piloncillo, un arroz blanco y rojo y unos frijoles de rechupete y nos daba leche de establo. Mi abuelo repartía leche y tenía unos tambos con agarraderas y un medidor para llenar los recipientes de los clientes.
Mi abuela no sólo era buena cocinera, sino buena maestra y a sus hijas y nietas les enseñaba muchas cosas.
Que grata niñez recordar en casa de los abuelos y con la tía Ana Julia, aunque también fueron muchos los momentos agradables en la escuela. Desde el primer año, con el maestro Villalobos, era muy buen maestro, paciente y tierno. Me gustaban mucho el recreo, jugábamos espiro y íbamos a la tiendita, nos arremolinábamos para poder comprar.
Otro recuerdo muy grato era acompañar a mi papá a trabajar a la fábrica. Recuerdo la máquina de imprenta, que Roberto me enseñaba a manejar, tenía uno que ser cuidadoso, porque si no se podía uno machucar las manos. Otra también peligrosa era la guillotina, cortaba el papel como si fuera mantequilla. Había muchas chicas trabajando en la hechura de sobres, recuerdo a una que era muy paciente conmigo.
3 comentarios:
are you sure about that?
berto xxx
Me gustó, se siente muy natural la descripción. Te acercas bien a los recuerdos.
Gracias Maestro Silvestre, siempre son muy reconfortables tus comentarios.
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