Las seis de la tarde de un martes que pintaba tres letras de una historia:
F I N
Termino de una aventura que se intitulo:
Taller de Desarrollo Humano en una “x” residencia de adultos mayores, ubicada al poniente de la ciudad de México.
Fue un viaje al mundo de lo desconocido, en donde la creatividad tenía que aparecer en primer lugar. Rescatar las emociones, de no se donde, para que danzaran por unos segundos, era toda una odisea. Una sonrisa, un comentario corto pero sorprendentemente inteligente aparecía de los participantes en la escena.
No había cabida para engrandecer los egos, no había batallas ganadas ni triunfos festejados, sólo un aquí y ahora minimalista que tenías que captar en forma rápida e intensa. Una expresión habida de auténticos sentimientos de dulzura y agradecimiento.
Ritos que tenían una presencia simbólica de profunda expresión, como los recorridos lentos que hacíamos hacia la puerta de salida, del brazo de Elo y su cuidadora, todos los martes poco después de la seis de la tarde. ¿Dónde dejaste tu coche mijito? Aquí a la vuelta le decía, todos los martes antes de abrir la puerta. Que ni coche llevaba, porque era difícil la estacionada. Al final de las clases, cuando caminábamos hacia fuera, sacaba dos chocolates de mi bolsa y se los daba. Ella, los abría con desesperación y se los echaba a la boca como una niña traviesa. Me decía que le encantaban y como muestra de agradecimiento ponía sus ojitos, no se como y recargaba su cabeza en mi hombro. Yo le pasaba mi mano por su mejilla y agradecía al chocolate sus efectos.
Hoy, Elo estaba triste, sus ojos casi no hablaban, me miraba como esos perritos tristes; y sólo alcanzaban a decirme: no te vayas, tengo miedo a olvidarte, ya sabes como me traiciona mi memoria. Mañana, por no decir en un rato más, ya no sabre quien eres, se me olvidarán los ricos chocolates de tus despedidas. No recordaré quien es el Maestro de Desarrollo Humano, ni sabre darte razón de los martes. Eso me lo decían sus ojitos, pero lo que sí me dijo, cuando le comente que no era una despedida final, que nos seguiríamos viendo y que cuando ella quisiera nos podríamos ir a tomar un helado; Mijito, me dijo dulcemente: ¿te irías conmigo a mi casa?...
Todos los martes, su cuidadora le recordaba: Doña Elo, hay que bajar a la clase de Desarrollo Humano de Luis Miguel y ella, todos los martes, le preguntaba: ¿Quién es Luis Miguel?, pero cuando me veía entrar, ya desde la puerta, sus ojitos brillaban, tenía que estar presente para que ella me recordara. Y me tomaba del brazo con fuerza y me contaba siempre de sus dolencias en su rodilla derecha y con cara de estiramiento me decía que sentía como si le jalaran los nervios.
En clases, se sentaba junto de mí, a mi izquierda, tan cerca, que nuestras manos expresaban sus querencias. Iban y venían como dos adolescentes, y nuestros ojos se miraban cómplices de nuestro cariño. Era, como darle clases sólo a ella, en momentos, los demás reposaban como estatuas de fondo.
Todos los martes empezábamos con una lectura, al principio fueron cortas reflexiones de la vida, al final breves cuentos de terror. En uno de ellos, creo fue el de: El adiós de la suegra de Francisco Escalante, volteé y le dije: Elo ¿te asustan los cuentos de terror?, si es así te puedes agarrar del brazo de tu cuidadora, ella enfáticamente me lo dijo en bulto, Nooo, mejor me agarro de tu brazo.
Una tarde llegue a la residencia y salude, como todos los martes a la recepcionista. Había una persona más con ella. Hola Luis Miguel - me hablaba de tú y eso me agradaba – quiero presentarte a… mucho gusto y extendí mi mano. Viene a ver si le das permiso de entrar a tu clase para ver como trabajas. Claro, con mucho gusto. ¿Y cuál es tu especialidad? le pregunte. Física Cuántica me dijo…
Esa tarde, mi clase consistió en un jueguito que se llama basta. Giras un disco de letras y en la que se detenga tienes que escribir un nombre, una ciudad, una cosa y un animal, el primero que termine las cuatro, grita: ¡basta! Claro que esto no se parece en nada a la Física Cuántica, pero como nos divertimos. De hecho gano Elo, bueno hicimos una trampita, en su hoja solo tenía que poner dos de cuatro y yo le soplé todas.
Nos empapábamos de cuentos como “La Sombrerona” de Fabián Tejeda, “Ay hijo mío” de Janet Artiles, “El coleccionista de sonrisas” de Rafael R. Valcárcel, que por cierto en este, la mayoría se me quedo dormida. Bueno, cinco de seis no está mal.
Inventar era mi suplicio, pero creo que se me da. Un martes nos pusimos a jugar al juego: ¡Qué pasaría si!... ¿Imagínense? Nos botábamos de la risa… ¿Qué pasaría si sólo tuviéramos un ojo y éste estuviera en el ombligo?, ¿Qué pasaría si la cruz roja fuera negra?, ¿Qué pasaría si el agua de mar fuera de horchata? ¿Que locos, no? Fue divertido…
Un martes nos fuimos al pasado, recordamos el México de antes, las medias de seda con raya sexi atrás, los tranvías, las serenatas… Esa tarde hubo muchas expresiones de nostalgia.
Otro día, fue divertidísimo; Jugamos a la Granja: Cada uno tenía que escoger una estampa de algún animal. Los animales se daban por pares. La estampa se la colocaban en la frente y gritaban el sonido del animal, todo a la vez, caminaban – bueno, unos en sillas de ruedas – hasta que encontraban a su pareja animal y se sentaban a platicar.
Creo que fue aleccionador y divertido nuestro taller. Nuestros martes fueron mágicos, especiales, fueron nuestros, pero finalmente, terminaron. Quedarán en el recuerdo de algunos, en otros, como Elo ya lo olvidaron, porque hoy, al encaminarme a la salida lo hice solo, su brazo se quedó sin memoria, en un sillón.
Termino de una aventura que se intitulo:
Taller de Desarrollo Humano en una “x” residencia de adultos mayores, ubicada al poniente de la ciudad de México.
Fue un viaje al mundo de lo desconocido, en donde la creatividad tenía que aparecer en primer lugar. Rescatar las emociones, de no se donde, para que danzaran por unos segundos, era toda una odisea. Una sonrisa, un comentario corto pero sorprendentemente inteligente aparecía de los participantes en la escena.
No había cabida para engrandecer los egos, no había batallas ganadas ni triunfos festejados, sólo un aquí y ahora minimalista que tenías que captar en forma rápida e intensa. Una expresión habida de auténticos sentimientos de dulzura y agradecimiento.
Ritos que tenían una presencia simbólica de profunda expresión, como los recorridos lentos que hacíamos hacia la puerta de salida, del brazo de Elo y su cuidadora, todos los martes poco después de la seis de la tarde. ¿Dónde dejaste tu coche mijito? Aquí a la vuelta le decía, todos los martes antes de abrir la puerta. Que ni coche llevaba, porque era difícil la estacionada. Al final de las clases, cuando caminábamos hacia fuera, sacaba dos chocolates de mi bolsa y se los daba. Ella, los abría con desesperación y se los echaba a la boca como una niña traviesa. Me decía que le encantaban y como muestra de agradecimiento ponía sus ojitos, no se como y recargaba su cabeza en mi hombro. Yo le pasaba mi mano por su mejilla y agradecía al chocolate sus efectos.
Hoy, Elo estaba triste, sus ojos casi no hablaban, me miraba como esos perritos tristes; y sólo alcanzaban a decirme: no te vayas, tengo miedo a olvidarte, ya sabes como me traiciona mi memoria. Mañana, por no decir en un rato más, ya no sabre quien eres, se me olvidarán los ricos chocolates de tus despedidas. No recordaré quien es el Maestro de Desarrollo Humano, ni sabre darte razón de los martes. Eso me lo decían sus ojitos, pero lo que sí me dijo, cuando le comente que no era una despedida final, que nos seguiríamos viendo y que cuando ella quisiera nos podríamos ir a tomar un helado; Mijito, me dijo dulcemente: ¿te irías conmigo a mi casa?...
Todos los martes, su cuidadora le recordaba: Doña Elo, hay que bajar a la clase de Desarrollo Humano de Luis Miguel y ella, todos los martes, le preguntaba: ¿Quién es Luis Miguel?, pero cuando me veía entrar, ya desde la puerta, sus ojitos brillaban, tenía que estar presente para que ella me recordara. Y me tomaba del brazo con fuerza y me contaba siempre de sus dolencias en su rodilla derecha y con cara de estiramiento me decía que sentía como si le jalaran los nervios.
En clases, se sentaba junto de mí, a mi izquierda, tan cerca, que nuestras manos expresaban sus querencias. Iban y venían como dos adolescentes, y nuestros ojos se miraban cómplices de nuestro cariño. Era, como darle clases sólo a ella, en momentos, los demás reposaban como estatuas de fondo.
Todos los martes empezábamos con una lectura, al principio fueron cortas reflexiones de la vida, al final breves cuentos de terror. En uno de ellos, creo fue el de: El adiós de la suegra de Francisco Escalante, volteé y le dije: Elo ¿te asustan los cuentos de terror?, si es así te puedes agarrar del brazo de tu cuidadora, ella enfáticamente me lo dijo en bulto, Nooo, mejor me agarro de tu brazo.
Una tarde llegue a la residencia y salude, como todos los martes a la recepcionista. Había una persona más con ella. Hola Luis Miguel - me hablaba de tú y eso me agradaba – quiero presentarte a… mucho gusto y extendí mi mano. Viene a ver si le das permiso de entrar a tu clase para ver como trabajas. Claro, con mucho gusto. ¿Y cuál es tu especialidad? le pregunte. Física Cuántica me dijo…
Esa tarde, mi clase consistió en un jueguito que se llama basta. Giras un disco de letras y en la que se detenga tienes que escribir un nombre, una ciudad, una cosa y un animal, el primero que termine las cuatro, grita: ¡basta! Claro que esto no se parece en nada a la Física Cuántica, pero como nos divertimos. De hecho gano Elo, bueno hicimos una trampita, en su hoja solo tenía que poner dos de cuatro y yo le soplé todas.
Nos empapábamos de cuentos como “La Sombrerona” de Fabián Tejeda, “Ay hijo mío” de Janet Artiles, “El coleccionista de sonrisas” de Rafael R. Valcárcel, que por cierto en este, la mayoría se me quedo dormida. Bueno, cinco de seis no está mal.
Inventar era mi suplicio, pero creo que se me da. Un martes nos pusimos a jugar al juego: ¡Qué pasaría si!... ¿Imagínense? Nos botábamos de la risa… ¿Qué pasaría si sólo tuviéramos un ojo y éste estuviera en el ombligo?, ¿Qué pasaría si la cruz roja fuera negra?, ¿Qué pasaría si el agua de mar fuera de horchata? ¿Que locos, no? Fue divertido…
Un martes nos fuimos al pasado, recordamos el México de antes, las medias de seda con raya sexi atrás, los tranvías, las serenatas… Esa tarde hubo muchas expresiones de nostalgia.
Otro día, fue divertidísimo; Jugamos a la Granja: Cada uno tenía que escoger una estampa de algún animal. Los animales se daban por pares. La estampa se la colocaban en la frente y gritaban el sonido del animal, todo a la vez, caminaban – bueno, unos en sillas de ruedas – hasta que encontraban a su pareja animal y se sentaban a platicar.
Creo que fue aleccionador y divertido nuestro taller. Nuestros martes fueron mágicos, especiales, fueron nuestros, pero finalmente, terminaron. Quedarán en el recuerdo de algunos, en otros, como Elo ya lo olvidaron, porque hoy, al encaminarme a la salida lo hice solo, su brazo se quedó sin memoria, en un sillón.
5 comentarios:
Buen post Miguel.
Mostrar y comunicar (hacer sentir a los demás lo que sentimos) es un privilegio que pocas veces tenemos. Es como compartir un cachito de espíritu.
Gracias Maestro Silvestre, este post salió del alma.
Seguramente el cerebro de Elo se ha olvidado de ti. ¿Pero su alma? ¡Jamás! Las amistades como ésta que describes van mucho más allá de lo racional y de la mente: viven en nuestros almas.
Me encantó el post.
Gracias por tu comentario Gringa Vieja, pero...todavía no he aprendido a platicar con las almas.
Sí, Matus, es un idioma muy especializado. Uno va aprendiéndolo poco a poco . . .
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