Al preguntarme qué escribo, se abre un diálogo con mi interior, que es el que sabe, porque el otro sólo pierde el tiempo pensando a veces cosas de la vida. El de adentro vive como callado, sintiendo las vibras y notas de una música que le pone sabor a la fiesta. Es un incondicional, viejo sabio que no tiene edad, sólo dulzura y encanto. Yo lo admiro, porque a lo largo de las vidas se ha hecho más natural, como un bosque dueño de sus caminos. No lo siento como mi padre, más bien como un padrino que me cuida, no por paternidad obligatoria sino por cariño fraterno.
Lo siento tan tierno, tan presente, tan mío y de todos, que pocas veces me he sentido solo. Ni siquiera tengo que llamarlo, estamos conectados como en una energía mutua, que solo me basta con callar mi intelecto para escucharlo. Él me abraza con su compañía en esas tardes lloviosas, cuando siento la necesidad de su calor y también acaricia mi vulnerabilidad sin ni siquiera pedírselo.
Somos compañeros de viaje que compartimos todo, desde ese cadencioso danzón a la orilla del mar, hasta esas muertes que duelen el alma, pasando por múltiples sinsabores y desengaños. No me dice nunca a donde ir, ni que comer, ni que decir, sólo me deja ser, sin criticar mi actuar. Su mirada es incluyente y aceptante, más que respeto… es amor. Me ama con sus manos, con sus abrazos, con su paciencia, con su sabiduría, con su ternura, con sus silencios también me ama.
Estoy menos tiempo del que yo quisiera con él, pero así me basta para sentirme lleno de su presencia. Es mi gurú, mi guía, mi compañero, mi sombra, mi historia, mi todo. No podría explicar mi existencia sin él, el camino estaría vacío, triste, pesado y sin sentido.
Que tristeza más grande es oír que alguien no lo conoce, que vive solo. Que soledad tan triste es no conocerlo y tenerlo dentro, en casa. Siempre necesitar por fuera a un sustituto que jamás lo llenará. Morir de locura por esa soledad tan sola que triste deja. Pero, ¿Cómo presentarlos?, ¿Cómo poder nacer ese encuentro necesario? No contar con él es vivir muerto, caminar sin rumbo y solos, con un sin sentido.
Fallamos en la misión cuando no encontramos a nuestro yo interno, morimos antes de nacer solos, tristes y olvidamos, sin saber que él nos conecta con la vida, con el universo, con Dios. Lo que tal vez suceda es que no sabemos escuchar, no sabemos percibir que hay alguien más en nosotros porque nos creemos únicos. Despertemos de nuestro egoísmo adolescente, dejémonos de quejar de nuestra soledad y vayamos en su búsqueda por nuestro interior.
Es cuanto.
Lo siento tan tierno, tan presente, tan mío y de todos, que pocas veces me he sentido solo. Ni siquiera tengo que llamarlo, estamos conectados como en una energía mutua, que solo me basta con callar mi intelecto para escucharlo. Él me abraza con su compañía en esas tardes lloviosas, cuando siento la necesidad de su calor y también acaricia mi vulnerabilidad sin ni siquiera pedírselo.
Somos compañeros de viaje que compartimos todo, desde ese cadencioso danzón a la orilla del mar, hasta esas muertes que duelen el alma, pasando por múltiples sinsabores y desengaños. No me dice nunca a donde ir, ni que comer, ni que decir, sólo me deja ser, sin criticar mi actuar. Su mirada es incluyente y aceptante, más que respeto… es amor. Me ama con sus manos, con sus abrazos, con su paciencia, con su sabiduría, con su ternura, con sus silencios también me ama.
Estoy menos tiempo del que yo quisiera con él, pero así me basta para sentirme lleno de su presencia. Es mi gurú, mi guía, mi compañero, mi sombra, mi historia, mi todo. No podría explicar mi existencia sin él, el camino estaría vacío, triste, pesado y sin sentido.
Que tristeza más grande es oír que alguien no lo conoce, que vive solo. Que soledad tan triste es no conocerlo y tenerlo dentro, en casa. Siempre necesitar por fuera a un sustituto que jamás lo llenará. Morir de locura por esa soledad tan sola que triste deja. Pero, ¿Cómo presentarlos?, ¿Cómo poder nacer ese encuentro necesario? No contar con él es vivir muerto, caminar sin rumbo y solos, con un sin sentido.
Fallamos en la misión cuando no encontramos a nuestro yo interno, morimos antes de nacer solos, tristes y olvidamos, sin saber que él nos conecta con la vida, con el universo, con Dios. Lo que tal vez suceda es que no sabemos escuchar, no sabemos percibir que hay alguien más en nosotros porque nos creemos únicos. Despertemos de nuestro egoísmo adolescente, dejémonos de quejar de nuestra soledad y vayamos en su búsqueda por nuestro interior.
Es cuanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario