domingo, 21 de agosto de 2011

Compartiendo un cafecito, con Odin Dupeyron







Llegó a mis manos un libro, gracias al patrocinio de mi nuera Ary, porque cuando fuimos a ver las mil representaciones de la obra: A Vivir, de Odin Dupeyron ahí lo estaban vendiendo, se llama: ¿Nos tomamos un café? Y al empezar a leerlo se me ocurrió la idea de compartir su contenido con ustedes. Por cuestión práctica lo dividiré en capítulos. Algunas ideas que comparto de Odín, están desarrolladas con las mías, por lo que espero resulte de su agrado y utilidad.

CAP. 1
Dicen que en el fondo todos somos iguales en espíritu, aunque lo original lo traemos en nuestras diferencias, diferencias dadas por nuestras circunstancias personales. Pero tengo mis dudas sobre lo que Odín habla de una igualdad en el alma, tal vez podemos decir que nos pone en un estado consciente y evolutivo, pero no en un estado de igualdad. La polaridad de ser iguales y diferentes se da en la dualidad humana, al morir volvemos a ser todos uno, para después volver a encarnar y ser diferentes y así sucesivamente hasta que Dios se quede solo. Porque el único espíritu es el de Dios, el de nosotros sólo vive de su reflejo y al llegar finalmente a casa, la fusión se da con nuestra muerte.

Pero qué pasa cuando todos lleguen nuevamente a casa y Dios ya no tenga que esperar a nadie. Ya no dejará prendida la veladora en el pasillo -significando que la luz ilumine los caminos para un buen regreso- todos estarán ya en casa, aunque muertos. No sé si Dios sienta nuevamente la necesidad de necesitarnos y vuelva otra vez el ciclo a comenzar. ¿Quién necesita más de quién, Dios de nosotros o nosotros de Él? Venimos todos del mismo origen y terminaremos en el mismo lugar. Entender el regalo de Dios de compartirnos su grandeza y dejar que la gocemos, aunque sea en nuestra entupida ignorancia, es tal vez lo único que importa.

Una diferencia de lo diferente es el cómo lo expresamos, el cómo nos manifestamos sobre puntos que suenas iguales para todos. “El placer de hacer el amor amando”, nos acerca a la experiencia divina de la no dualidad. Somos a la vez tan distintos pero a la vez tan iguales y estamos aquí para compartir una efímera estancia terrenal.

Por qué no entendemos que las diferencias nos enriquecen. En el fondo defendemos la idea de ser todos iguales, todos jodidos, todos pobres, todos ignorantes. Que no destaque nadie, porque la envidia nos hace más entupidos. ¡Abajo los ricos!, ¡Abajo los inteligentes!, ¡Abajo los guapos!, ¿Por qué abajo, que no puede alguien estar “arriba”, bueno no arriba, pero ser diferente? Dejemos eso de abajo y arriba para las parejas, en fin que cada quien se acomode como pueda. Pareciera ser que hay una fuerza de las masas que no tolera a los diferentes, a los que destacan. La sociedad nos hace competir porque según ella, si no somos competitivos no somos exitosos.

Venimos a aprender que lo que se da en el ego es sólo una prueba, que si no la superamos, jamás tocaremos nuestra esencia. Seremos un producto del engaño y viviremos en la oscuridad de las identificaciones, de la necesidad de competir para tener éxito, de la necesidad de contar con un guía que nos lleve por el camino “correcto”, de no darnos cuenta que nos lavaron el cerebro para no ser lo que somos. Aprender a darnos cuenta que lo que nos enseñaron es lo primero que tenemos que tirar a la basura, matar un ego inquilino en nuestra propiedad es nuestra misión.

Lo valiosamente compartible son nuestras experiencias personales, propias, sólo nuestras. Dejémonos de impresionar por los gurús, por los “líderes” espirituales, como los papas, por los elegidos, por los que hablan con dios, por los académicos de muchos títulos, porque en ellos nunca encontraremos nuestra historia. Aprendamos a reírnos de lo formal, a dejar de tomar la vida tan personal, es tan corto este viaje que no vale la pena hacerlo de esa manera.

Aprendamos el camino de la libertad para crear un ser interior, que es nada más y nada menos, nuestro yo. Siempre nos damos cuenta de ello cuando es demasiado tarde, cuando el reloj marca las diez para la hora. No dejemos que “nuestras” creencias nos invadan, porque finalmente llegaremos a ser lo que creemos ser, mejor dejar que sean las verdaderamente nuestras las que nos hagan ser lo que somos.
Dupeyron habla no del significado literal de la palabra igualdad, sino del ser uno cuando se vibra en la misma frecuencia. El gran problema de la modernidad en la sociedad actual es la existencia de una gran variedad de frecuencias, cada quién trae la suya, y no sabemos cómo ponernos en la misma, en sintonía, por lo menos para entendernos un poco mejor.

Por hoy es cuanto

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