Antes de comenzar quiero remontarme a la época revolucionaria de la que fue testigo, la infancia de mis abuelos. ¿Han visto alguna vez una foto de bodas de aquellos años? Se acostumbraba a que el Señor era el que posaba sentado y la esposa de pie. Hablamos de un patriarcado, aunque la señora ocupaba un lugar importante en la familia. Las responsabilidades eran claras y precisas: El hombre - era como el rey - y su papel fue el de proveedor. El de ella - era como la reina – y su papel fue el de servir a su rey y atender y educar a sus hijos.
En aquellas épocas la mujer sólo tenía dos papeles: el de Esposa y el de Madre. Las universidades no estaban preparadas para recibir a las mujeres y se tenían que conformar con aprender de su madre, todo lo concerniente a las labores del hogar: Empezando por la cocina, la costura, el bordado, la confección de ropa, etc. Algunas aprendían música y amenizaban las reuniones familiares tocando el piano. Acudían fervorosamente a los rezos, y esperaban con poca paciencia la llegada del día de su boda, en sus tardíos y apenas adolescentes quince años.
El señor cura y su madre se encargaban de llenarles la cabeza de “pecado” y eso aunado a su poca preparación académica, las mantenía atrapadas en sus labores serviles. No es fácil rebelarse ante tales acontecimientos. Pregúntenle a Sor Filotea de la Cruz que tuvo que meterse al Convento de San José de las Carmelitas Descalzas para poder dedicarse al estudio:
“Yo no puedo tenerte ni dejarte,
ni sé por qué, al dejarte o al tenerte,
se encuentra un no sé qué para quererte
y muchos si sé qué para olvidarte…”
La sociedad de antaño tenía claros los roles y las supremacías y los anticonceptivos no habían aparecido en el plano de la planeación familiar, así como tampoco el invento de la TV. Entonces, las familias se llenaban de hijos (“los que Dios nos quiera dar”). En la familia de mi abuela materna, fueron 16. Siempre la recuerdo embarazada. Dentro de ese esquema, las cosas funcionaban. Las madres asumían su papel con agrado y los hijos tenían claro quién era quién en la familia. El divorcio apareció por ley sólo hasta 1917 pero todavía la moral y las costumbres de la época no lo aceptaban.
Aún en los tiempos de mis padres, los roles seguían precisos, aunque algunos hacían sus primeras apariciones. Ya podían las mujeres estudiar algunas carreras. Existía la posibilidad de separarse o divorciarse, y la cantidad de hijos empezó a disminuir, en casa sólo fuimos 6. Pero la economía no había desatado su furia y todavía se podía vivir con el salario del marido. Las universidades no costaban los millones de ahora y la droga sólo pasaba por México, no se quedaba en casa (más adelante lo explico).
No recuerdo con precisión, pero fue en mi generación que un día, al proveedor no le alcanzó su salario y su mujer tuvo que salir a trabajar para ayudar a los gastos familiares. Devaluaciones, crisis financieras, modelos económicos deficientes, obligaron a la mujer a entrar en el mercado laboral. Tal vez algunas lo hicieron por gusto, pero siento que muchas no les agrado el cambio porque era doble trabajo. Era el acostumbrado ajetreo del cuidado y educación de los hijos, MAS ahora su trabajo asalariado.
Y fue cuando los hijos empezaron a vivirse solos, todavía no llegaba el Internet que los “acompañara”.
Las cosas se complicaron, la claridad de los roles se iba perdiendo y los divorcios fueron en aumento. En muchas familias, la mano se cargo para las mujeres, por su doble labor y los hombres no asumían fácilmente su co-responsabilidad en casa. Empezó la guerra entre las parejas y fueron los hijos los más afectados.
Ahora, la juventud “casadera” decide cambiar. La lejana edad de los abuelos casaderos cambió de los veinte a los treinta y tantos de ahora. Porque en esta época existen nuevas prioridades: tanto hombres como mujeres tienen la oportunidad de estudiar una carrera universitaria y hasta una maestría. Después colocarse en un trabajo y llegar a puestos ejecutivos que satisfagan sus metas y ambiciones. Y para que se pueda dar esto se necesitan algo así como treinta años para lograrlo.
Es más “cómodo” permanecer viviendo en la casa paterna que pagar rentas muy altas que afectan su economía. Antes de los treinta, los jóvenes no tienen planes de casarse y menos las mujeres, que tuvieron que pasar muchos años para que se les abriera la oportunidad de estudio y trabajo y ahora no lo quieren desaprovechar.
Hay un problema: la naturaleza fértil de la mujer empieza a decaer hacia los 35 años. Entonces, las mujeres tienen una disyuntiva: realizarse como profesionistas de tiempo completo o ser mamás de tiempo completo. ¿Creen que las dos cosas se puedan hacer al mismo tiempo? En algunos casos no. Como dice el refrán: “Quién a dos amos sirve, siempre termina mal”. Inclusive hay mujeres que prefieren mejor no tener hijos y creo que esta decisión es más valiente y menos egoísta que la de tener hijos y descuidarlos.
Existen muchas familias en la actualidad que los dos tienen que trabajar, y a los niños los dejan con la abuelita, o con la sirvienta, o con el Internet o simplemente solos. Es muy importante resaltar la necesidad de que la madre esté con sus hijos recién nacidos por lo menos el primer año de vida. Cuando los mandan a las guarderías de recién nacidos, los niños no conseguirán la seguridad y autoestima que requieren.
Para los jóvenes de ahora les toca un gran paquete, porque ellos tendrán que diseñar un nuevo modelo de familia. Tanto el hombre como la mujer, tendrán de colaborar - no competir - y adaptarse a nuevos roles. Es posible que la mujer tenga que ser menos ejecutiva y el hombre más hogareño. O simplemente adecuar las características a los roles necesarios. Si la mujer es más abusada para los negocios que su marido, pues adelante, ella podrá ser la proveedora principal y si el es muy tierno y le gusta cuidar a sus hijos, pues adelante, así se podría encontrar a la “pareja perfecta”.
Lo de la droga tienen que ver con la mayor o menor atención y amor que se le de a los hijos. Acordémonos que los adolescentes están en búsqueda de su identidad y los padres pueden ayudarles a encontrarla. Pero, si los abandonan, los descuidan por estar trabajando, la droga se convertirá en sus aliados y compañeros.
Como ven, el desafío no es nada fácil. Hoy, acordándonos de la foto de bodas de antes, podemos tomárnosla: ambos parados, o ambos sentados, dejando de lado el patriarcado o el matriarcado que tanto daño hace a alguno de los dos, o finalmente quizás a los dos. ¡Por la cooperación y el apoyo!, mis queridos lectores imaginarios.
En aquellas épocas la mujer sólo tenía dos papeles: el de Esposa y el de Madre. Las universidades no estaban preparadas para recibir a las mujeres y se tenían que conformar con aprender de su madre, todo lo concerniente a las labores del hogar: Empezando por la cocina, la costura, el bordado, la confección de ropa, etc. Algunas aprendían música y amenizaban las reuniones familiares tocando el piano. Acudían fervorosamente a los rezos, y esperaban con poca paciencia la llegada del día de su boda, en sus tardíos y apenas adolescentes quince años.
El señor cura y su madre se encargaban de llenarles la cabeza de “pecado” y eso aunado a su poca preparación académica, las mantenía atrapadas en sus labores serviles. No es fácil rebelarse ante tales acontecimientos. Pregúntenle a Sor Filotea de la Cruz que tuvo que meterse al Convento de San José de las Carmelitas Descalzas para poder dedicarse al estudio:
“Yo no puedo tenerte ni dejarte,
ni sé por qué, al dejarte o al tenerte,
se encuentra un no sé qué para quererte
y muchos si sé qué para olvidarte…”
La sociedad de antaño tenía claros los roles y las supremacías y los anticonceptivos no habían aparecido en el plano de la planeación familiar, así como tampoco el invento de la TV. Entonces, las familias se llenaban de hijos (“los que Dios nos quiera dar”). En la familia de mi abuela materna, fueron 16. Siempre la recuerdo embarazada. Dentro de ese esquema, las cosas funcionaban. Las madres asumían su papel con agrado y los hijos tenían claro quién era quién en la familia. El divorcio apareció por ley sólo hasta 1917 pero todavía la moral y las costumbres de la época no lo aceptaban.
Aún en los tiempos de mis padres, los roles seguían precisos, aunque algunos hacían sus primeras apariciones. Ya podían las mujeres estudiar algunas carreras. Existía la posibilidad de separarse o divorciarse, y la cantidad de hijos empezó a disminuir, en casa sólo fuimos 6. Pero la economía no había desatado su furia y todavía se podía vivir con el salario del marido. Las universidades no costaban los millones de ahora y la droga sólo pasaba por México, no se quedaba en casa (más adelante lo explico).
No recuerdo con precisión, pero fue en mi generación que un día, al proveedor no le alcanzó su salario y su mujer tuvo que salir a trabajar para ayudar a los gastos familiares. Devaluaciones, crisis financieras, modelos económicos deficientes, obligaron a la mujer a entrar en el mercado laboral. Tal vez algunas lo hicieron por gusto, pero siento que muchas no les agrado el cambio porque era doble trabajo. Era el acostumbrado ajetreo del cuidado y educación de los hijos, MAS ahora su trabajo asalariado.
Y fue cuando los hijos empezaron a vivirse solos, todavía no llegaba el Internet que los “acompañara”.
Las cosas se complicaron, la claridad de los roles se iba perdiendo y los divorcios fueron en aumento. En muchas familias, la mano se cargo para las mujeres, por su doble labor y los hombres no asumían fácilmente su co-responsabilidad en casa. Empezó la guerra entre las parejas y fueron los hijos los más afectados.
Ahora, la juventud “casadera” decide cambiar. La lejana edad de los abuelos casaderos cambió de los veinte a los treinta y tantos de ahora. Porque en esta época existen nuevas prioridades: tanto hombres como mujeres tienen la oportunidad de estudiar una carrera universitaria y hasta una maestría. Después colocarse en un trabajo y llegar a puestos ejecutivos que satisfagan sus metas y ambiciones. Y para que se pueda dar esto se necesitan algo así como treinta años para lograrlo.
Es más “cómodo” permanecer viviendo en la casa paterna que pagar rentas muy altas que afectan su economía. Antes de los treinta, los jóvenes no tienen planes de casarse y menos las mujeres, que tuvieron que pasar muchos años para que se les abriera la oportunidad de estudio y trabajo y ahora no lo quieren desaprovechar.
Hay un problema: la naturaleza fértil de la mujer empieza a decaer hacia los 35 años. Entonces, las mujeres tienen una disyuntiva: realizarse como profesionistas de tiempo completo o ser mamás de tiempo completo. ¿Creen que las dos cosas se puedan hacer al mismo tiempo? En algunos casos no. Como dice el refrán: “Quién a dos amos sirve, siempre termina mal”. Inclusive hay mujeres que prefieren mejor no tener hijos y creo que esta decisión es más valiente y menos egoísta que la de tener hijos y descuidarlos.
Existen muchas familias en la actualidad que los dos tienen que trabajar, y a los niños los dejan con la abuelita, o con la sirvienta, o con el Internet o simplemente solos. Es muy importante resaltar la necesidad de que la madre esté con sus hijos recién nacidos por lo menos el primer año de vida. Cuando los mandan a las guarderías de recién nacidos, los niños no conseguirán la seguridad y autoestima que requieren.
Para los jóvenes de ahora les toca un gran paquete, porque ellos tendrán que diseñar un nuevo modelo de familia. Tanto el hombre como la mujer, tendrán de colaborar - no competir - y adaptarse a nuevos roles. Es posible que la mujer tenga que ser menos ejecutiva y el hombre más hogareño. O simplemente adecuar las características a los roles necesarios. Si la mujer es más abusada para los negocios que su marido, pues adelante, ella podrá ser la proveedora principal y si el es muy tierno y le gusta cuidar a sus hijos, pues adelante, así se podría encontrar a la “pareja perfecta”.
Lo de la droga tienen que ver con la mayor o menor atención y amor que se le de a los hijos. Acordémonos que los adolescentes están en búsqueda de su identidad y los padres pueden ayudarles a encontrarla. Pero, si los abandonan, los descuidan por estar trabajando, la droga se convertirá en sus aliados y compañeros.
Como ven, el desafío no es nada fácil. Hoy, acordándonos de la foto de bodas de antes, podemos tomárnosla: ambos parados, o ambos sentados, dejando de lado el patriarcado o el matriarcado que tanto daño hace a alguno de los dos, o finalmente quizás a los dos. ¡Por la cooperación y el apoyo!, mis queridos lectores imaginarios.
2 comentarios:
Más vale tarde que nunca ;-) Me gustó mucho esta reflexión, Matus.
He leído que en el idioma chino, el concepto de la crisis se expresa como "wei ji" ~ que significa peligro y oportunidad. No sé si esta interpretación sea totalmente correcta, pero la idea me intriga, y creo que tiene algo que ver con los cambios que mencionas.
En cierto sentido, existe una crisis en cuanto a las familias ~ algo que bien describes en tu reflexión. Pero en medio de esta "crisis" existe la oportunidad de crear nuevos modelos de la familia que incluyan lo mejor del pasado (la estabilidad y la atención de los padres) y del momento presente (más igualdad y cooperación entre los padres, y más flexibilidad en cuanto a los roles). Como dices: ¡Por la cooperación y el apoyo!
Lo único constante es el cambio...
Que bueno tenerte por acá Gringa Vieja. Ojalá que tengas razón, que el peligro se convierta en oportunidad. Saludos
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