domingo, 6 de mayo de 2012

Recorrido nocturno en trajinera



La cita era a las 8 de la noche en el embarcadero de Cuemanco, la trajinera de nombre Ana María estaba lista, así como también el vino y las velas. Yo nunca había ido a Xochimilco por la noche y se antojaba una travesía diferente.

Al llegar al embarcadero se escuchaban gritos de jóvenes, que hoy en día acostumbran armar sus fiestas en trajineras con harto alcohol y algarabía. Pero eso no impedía nuestra inusual cita que comenzaría cuando la noche estuviera lista para el recorrido. Hacía fresco y los mosquitos nos acompañarían, aún sin invitación, a escuchar al trovador romántico que amenizaría la velada.

El remero estaba listo y con su lento y fuerte movimiento de la pértiga comenzaba el desliz de la embarcación. Los ahuejotes, sauce llorón y eucaliptos se dibujaban en el contorno de una noche clara. En el agua lirios de lentejilla saludaban a nuestro paso con reverencias acuáticas y los patos y peces danzaban alegres a la noche, acompañándonos en el recorrido.

El movimiento era imperceptible pero armonizaba con los claro oscuros de la noche. Los naguales aparecían de las leyendas contadas en el recorrido, a lo lejos, entre los árboles. Una canción…, una leyenda…, una historia de amor iba apareciendo en el repertorio. Se oía la risa de los peces saltarines como gozaban la compañía de la noche, y uno que otro pájaro trasnochado cantaba canciones de cuna a sus arropados polluelos.

La lluvia hacía su aparición sin molestar la velada, más bien queda, suave, armoniosa, como si cantara al tocar sus gotas en el canal. Dicen que cuando llueve es porque llora el cielo, pero no creo que de tristeza, o tal vez sí, porque la luna no aparecía. Esa noche era de luna llena, y en especial enorme luna que aparece en el firmamento dibujando el tema de los enamorados. Se contó la leyenda Maya del Conejo Lunar y Quetzalcóatl, se cantaron sin fin de canciones a la Luna, pero ni así, la Luna no aparecía y el recorrido seguía sin ella.

Se prendieron veladoras con lirios acuáticos de cera que simbolizaban un deseo para esa noche, deseo que compartimos con los comensales. La noche avanzaba, pero no en negrura, sino en un concierto armonioso de belleza.

Y como todo lo que comienza termina, llego su fin, la experiencia pasaba ahora a ser parte de un bello recuerdo, diferente, único y pintoresco. Todo fue perfecto, sólo falto la luna llena que se escondió coqueta tras las nubes nocturnas de la primavera.

Luis Miguel

1 comentario:

Gringa Vieja dijo...

Bellas imagenes, Matus.