Como ustedes saben, mis queridos lectores imaginarios, de vez en cuando les comento buenas películas. Ayer vi una con un título poético: “La tumba de las Luciérnagas”. Yo no he tenido la desgracia de sufrir una guerra y nuestra revolución mexicana me queda tan lejos, como el tiempo que nos separa de la infancia con mis abuelos y lo que ellos narraban de aquellos tiempos.
Corría el verano de 1945, la atroz Segunda Guerra Mundial, el conflicto entre Estados Unidos y Japón. Yo me pongo a pensar que las guerras deberían llevarse a cabo en un estadio, es más, en un ring de box. Los presidentes de los países en conflicto se batirían en duelo, si quieren a muerte, o sólo lidiarse a golpes, como ellos quieran. En este caso, Harry S. Truman y el Emperador Hirohito, pelearían a quince rounds.
¡EN ESTA ESQUINA, EL GÚERITO TRUMAN DE 85 Kg. Y EN ESTA OTRA, EL SERIO SEÑOR EMPERADOR HIROHITO DE 70 Kg! Y ya, es más, podrían televisar la pelea a nivel mundial y cobrar los derechos. Vender coca colas, cervezas, hot dogs en el lugar del evento. Imprimir camisetas con los rostros de los contrincantes, contar con un espectáculo musical en el intermedio y mil cosas más. ¡Pero no!, las guerras han sido para la humanidad una atrocidad, una monstruosidad, una barbarie.
En las películas de guerra generalmente salen los soldados en los campos de batalla. En esta película que les comento, narran el vía crucis que tienen que pasar los civiles, corriendo a los refugios para protegerse de los bombarderos, padeciendo hambre, viviendo la angustia de la incertidumbre. No poder ni siquiera tener tiempo para entristecerse con la muerte de sus seres queridos, sólo hay tiempo para sobrevivir la guerra.
Los protagonistas son dos pequeños, el adolescente Seita de 14 años y su hermana Setsuko de 5. Son hijos de un alto oficial de la marina japonesa que los tiene que abandonar porque se va a la guerra, como si sus hijos no estuvieran en ella. La mamá muere en un bombardero y los hijos se quedan solos, arrimados en la casa de una tía.
El muchachito tiene un alto sentido del deber, un encargo que le hace jurar su padre antes de partir, cuidar de la familia. Entonces él no puede descuidar a su hermana para trabajar y ganarse el pan de cada día. Principalmente la actuación de la niña es extraordinaria, con una naturalidad fuera de serie.
La terrible vivencia de guerra que tienen los niños, no los aleja de ver todas las noches el espectáculo iluminado por las luciérnagas. Pequeñas lucecitas verdes que juguetean en la oscuridad. Pero, la contaminación del ambiente, provocado por las bombas incendiarias, hace que las luciérnagas mueran. Setsuko al ver esto, cava pequeñitas tumbas para ellas.
La película une dos contrariedades que hacen derramar algunas lágrimas en los espectadores. La inocencia frágil e infantil de una pequeña de tan sólo 5 años y la guerra con todo y sus “honores”, sus venganzas, y sus locuras.
Los civiles de la ciudad de Kobe padecen más la guerra que los propios soldados en el frente. ¿Qué pasará por la mente de los tripulantes de los bombarderos, al apretar los botones que hacen soltar las bombas, dirigidas a los pobladores indefensos? Ya pasaron los tiempos en que los guerreros se peleaban cuerpo a cuerpo, ahora la tecnología bélica no da chance de ver al enemigo, un ¡PUM! y todo se acaba.
Los gringos con sus ideas y costumbres bélicas e invasoras y los japoneses con las suyas sobre el honor y el sacrificio de la vida (camicace), o los alemanes con sus ideas de raza superior hacen que el negocio de las guerras sea buscado sin misericordia.
Que triste y desolador los episodios de guerra en los humanos, más si hay niños e inocentes en ellas, como se ve en la película. La Tumba de las Luciérnagas es un llamado a la reflexión en donde al final solo queda una lágrima que no puede parar por la insensatez de las bombas. Paz y Guerra, dualidad humana que es parte trágica de nuestra evolución como seres humanos. La historia de las guerras, es como la historia de nuestros amaneceres, ambas son compañeras de batalla.
Que triste a veces es pertenecer a la raza humana.
Es cuanto.
Corría el verano de 1945, la atroz Segunda Guerra Mundial, el conflicto entre Estados Unidos y Japón. Yo me pongo a pensar que las guerras deberían llevarse a cabo en un estadio, es más, en un ring de box. Los presidentes de los países en conflicto se batirían en duelo, si quieren a muerte, o sólo lidiarse a golpes, como ellos quieran. En este caso, Harry S. Truman y el Emperador Hirohito, pelearían a quince rounds.
¡EN ESTA ESQUINA, EL GÚERITO TRUMAN DE 85 Kg. Y EN ESTA OTRA, EL SERIO SEÑOR EMPERADOR HIROHITO DE 70 Kg! Y ya, es más, podrían televisar la pelea a nivel mundial y cobrar los derechos. Vender coca colas, cervezas, hot dogs en el lugar del evento. Imprimir camisetas con los rostros de los contrincantes, contar con un espectáculo musical en el intermedio y mil cosas más. ¡Pero no!, las guerras han sido para la humanidad una atrocidad, una monstruosidad, una barbarie.
En las películas de guerra generalmente salen los soldados en los campos de batalla. En esta película que les comento, narran el vía crucis que tienen que pasar los civiles, corriendo a los refugios para protegerse de los bombarderos, padeciendo hambre, viviendo la angustia de la incertidumbre. No poder ni siquiera tener tiempo para entristecerse con la muerte de sus seres queridos, sólo hay tiempo para sobrevivir la guerra.
Los protagonistas son dos pequeños, el adolescente Seita de 14 años y su hermana Setsuko de 5. Son hijos de un alto oficial de la marina japonesa que los tiene que abandonar porque se va a la guerra, como si sus hijos no estuvieran en ella. La mamá muere en un bombardero y los hijos se quedan solos, arrimados en la casa de una tía.
El muchachito tiene un alto sentido del deber, un encargo que le hace jurar su padre antes de partir, cuidar de la familia. Entonces él no puede descuidar a su hermana para trabajar y ganarse el pan de cada día. Principalmente la actuación de la niña es extraordinaria, con una naturalidad fuera de serie.
La terrible vivencia de guerra que tienen los niños, no los aleja de ver todas las noches el espectáculo iluminado por las luciérnagas. Pequeñas lucecitas verdes que juguetean en la oscuridad. Pero, la contaminación del ambiente, provocado por las bombas incendiarias, hace que las luciérnagas mueran. Setsuko al ver esto, cava pequeñitas tumbas para ellas.
La película une dos contrariedades que hacen derramar algunas lágrimas en los espectadores. La inocencia frágil e infantil de una pequeña de tan sólo 5 años y la guerra con todo y sus “honores”, sus venganzas, y sus locuras.
Los civiles de la ciudad de Kobe padecen más la guerra que los propios soldados en el frente. ¿Qué pasará por la mente de los tripulantes de los bombarderos, al apretar los botones que hacen soltar las bombas, dirigidas a los pobladores indefensos? Ya pasaron los tiempos en que los guerreros se peleaban cuerpo a cuerpo, ahora la tecnología bélica no da chance de ver al enemigo, un ¡PUM! y todo se acaba.
Los gringos con sus ideas y costumbres bélicas e invasoras y los japoneses con las suyas sobre el honor y el sacrificio de la vida (camicace), o los alemanes con sus ideas de raza superior hacen que el negocio de las guerras sea buscado sin misericordia.
Que triste y desolador los episodios de guerra en los humanos, más si hay niños e inocentes en ellas, como se ve en la película. La Tumba de las Luciérnagas es un llamado a la reflexión en donde al final solo queda una lágrima que no puede parar por la insensatez de las bombas. Paz y Guerra, dualidad humana que es parte trágica de nuestra evolución como seres humanos. La historia de las guerras, es como la historia de nuestros amaneceres, ambas son compañeras de batalla.
Que triste a veces es pertenecer a la raza humana.
Es cuanto.