Tenía dudas, ¿me reconocería después de tanto tiempo de no verla? Es más, ¿estaría viva? A mi mente llegaban preguntas y claro todas ellas relacionadas con mi forma personal de ver las cosas. No podía imaginarme que los cuatro meses que habían pasado, para ella hubieran sido más de los que fueron, no lo sabía. Me imaginaba que al verla nuevamente estaría muy atento a su reacción, a su rostro, a su sonrisa o tal vez a su indiferencia. Eso me preocupaba, creo que más bien me entristecía. En fin, así es la vida en esto de los “olvidos”.
Llegue el martes como a eso de las 12:45, la hora feliz empezaba a las 13:00. La recepcionista me recibió como si el tiempo no hubiera pasado:
-Hola Luis Miguel, me dijo Javier que ibas a venir el jueves pasado.
-De Hecho no le aseguré nada, le dije que un día de estos vendría a visitarlos.
Tomó el teléfono y marcó a su habitación. Javier, aquí está Luis Miguel. Que pases, me dijo sonriendo.
Camine por el pasillo central, ese que fue testigo de nuestras despedidas con Elo, muy agarradita de mi brazo - como si quisiera poseerme para toda la vida - aunque esta fuera más corta de la que hubiéramos deseado. Me saludo el jardín con sus flores alegres. Los pájaros y cotorras seguían cantando como antes, y algunos de ellos hasta sé que me reconocieron trinando. El cuadro viejo estaba colgado donde siempre, era un Cristo viejo, que hacía juego con sus devotos. El piano, callado y esperando ser tocado con música de antaño. Y las miradas, esas miradas fantasmales, estaban ahí mendigando una caricia, una caricia… que jamás llegaría.
Apareció Javier y nos dimos un cálido abrazo. Cómo describirlo, un abrazo cercano, afectuoso, no precisamente un abrazo como si fuera de “padre a hijo”, más bien un abrazo de dos almas, sin edad que nos pusiera distantes. Hablamos de su accidente en el hombro, de su rápida recuperación, me mostró su álbum de fotos, me hablo de sus viajes…, y me sentí bien, no sólo con él, sino conmigo mismo, imaginándome que algún día lejano, alguien vendría a visitarme y tocara mi vejez con cariño.
Alistamos las cosas del convivio: papitas, quesitos, aceitunas, refrescos y claro, no podía faltar una buena botella de brandy. En la mesa los de siempre, El distinguido arquitecto en su inseparable silla de ruedas, Anita, la que habla con sus ojos tiernos, Alicia con su traje sastre y sus joyas antiguas, tomando el rompope con los hielos de siempre. Jóse con sus noventa años y su juventud a flor de piel. A mi izquierda un señor inválido, que no recuerdo su nombre, dejándose consentir con los cuidados cariñosos de Javier, todos juntos departiendo alegres nuestra hora feliz.
Y ¿Dónde estaba Elo? Claro, una parte de mi estaba atento con los de mi mesa, alzando la copa y brindando por los noventa años de Jóse, por los encuentros, por la vida, por muchas cosas más. Pero la otra buscaba ansiosa a Elo.
De pronto, a la distancia, ella apareció con su cuidadora del brazo, como cualquier martes. Venía distraída, encorvada como su cansado cuerpo le permitía, caminando lenta y pausadamente. Me pare, di dos pasos hacia ella, quedándome quieto, observándola. El tiempo y la vida se paralizaron, borrándose todo lo demás…, menos ella y yo. Elo alzó la vista y me vio, su sonrisa me reconoció de inmediato, su lentitud cambio por un rápido acercamiento que termino en un fuerte abrazo.
-No podía creerlo, me preguntaba si eras tú o alguien que se te parecía. ¡Muchacho que gusto de verte!, yo pensaba que ya no te iba a ver nunca, es que fueron…
-sólo cuatro meses Elo, la interrumpí. No, para mi fue toda una vida, me dijo sonriendo.
Mtro.Luis Miguel G.
Llegue el martes como a eso de las 12:45, la hora feliz empezaba a las 13:00. La recepcionista me recibió como si el tiempo no hubiera pasado:
-Hola Luis Miguel, me dijo Javier que ibas a venir el jueves pasado.
-De Hecho no le aseguré nada, le dije que un día de estos vendría a visitarlos.
Tomó el teléfono y marcó a su habitación. Javier, aquí está Luis Miguel. Que pases, me dijo sonriendo.
Camine por el pasillo central, ese que fue testigo de nuestras despedidas con Elo, muy agarradita de mi brazo - como si quisiera poseerme para toda la vida - aunque esta fuera más corta de la que hubiéramos deseado. Me saludo el jardín con sus flores alegres. Los pájaros y cotorras seguían cantando como antes, y algunos de ellos hasta sé que me reconocieron trinando. El cuadro viejo estaba colgado donde siempre, era un Cristo viejo, que hacía juego con sus devotos. El piano, callado y esperando ser tocado con música de antaño. Y las miradas, esas miradas fantasmales, estaban ahí mendigando una caricia, una caricia… que jamás llegaría.
Apareció Javier y nos dimos un cálido abrazo. Cómo describirlo, un abrazo cercano, afectuoso, no precisamente un abrazo como si fuera de “padre a hijo”, más bien un abrazo de dos almas, sin edad que nos pusiera distantes. Hablamos de su accidente en el hombro, de su rápida recuperación, me mostró su álbum de fotos, me hablo de sus viajes…, y me sentí bien, no sólo con él, sino conmigo mismo, imaginándome que algún día lejano, alguien vendría a visitarme y tocara mi vejez con cariño.
Alistamos las cosas del convivio: papitas, quesitos, aceitunas, refrescos y claro, no podía faltar una buena botella de brandy. En la mesa los de siempre, El distinguido arquitecto en su inseparable silla de ruedas, Anita, la que habla con sus ojos tiernos, Alicia con su traje sastre y sus joyas antiguas, tomando el rompope con los hielos de siempre. Jóse con sus noventa años y su juventud a flor de piel. A mi izquierda un señor inválido, que no recuerdo su nombre, dejándose consentir con los cuidados cariñosos de Javier, todos juntos departiendo alegres nuestra hora feliz.
Y ¿Dónde estaba Elo? Claro, una parte de mi estaba atento con los de mi mesa, alzando la copa y brindando por los noventa años de Jóse, por los encuentros, por la vida, por muchas cosas más. Pero la otra buscaba ansiosa a Elo.
De pronto, a la distancia, ella apareció con su cuidadora del brazo, como cualquier martes. Venía distraída, encorvada como su cansado cuerpo le permitía, caminando lenta y pausadamente. Me pare, di dos pasos hacia ella, quedándome quieto, observándola. El tiempo y la vida se paralizaron, borrándose todo lo demás…, menos ella y yo. Elo alzó la vista y me vio, su sonrisa me reconoció de inmediato, su lentitud cambio por un rápido acercamiento que termino en un fuerte abrazo.
-No podía creerlo, me preguntaba si eras tú o alguien que se te parecía. ¡Muchacho que gusto de verte!, yo pensaba que ya no te iba a ver nunca, es que fueron…
-sólo cuatro meses Elo, la interrumpí. No, para mi fue toda una vida, me dijo sonriendo.
Mtro.Luis Miguel G.
3 comentarios:
¡Muy buen post! Realmente bueno.
Gracias maestro, pero Elo me inspira.
Sabes? Sólo de imaginar toda la escena se me hizo un nudito en la garganta. Ignoro que tipo de enlace tienes con toda esta linda gente, pero cualquiera que éste sea, qué bien que les regales ese cariño y ternura. Te felicito, tu corazón habla por tí.
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