martes, 23 de septiembre de 2008

Visita a Chicago


Chicago no sólo es una gran ciudad, con un acuario bellísimo, en donde, puedes descubrir seres que parecieran de otros planetas, caballitos de mar con aspecto entre helicóptero presidencial y planta. Tiernas belugas, manta rayas volando como aves en una ordenada danza marina de multitud de especies. Arrecifes con un mundo de diminutas partículas que se mueven descubriendo la vida.

Una riqueza de colores y formas que ayudan a agradecer a la vida sus bondades. Ir al acuario, es como visitar el Templo de la Naturaleza y sentirnos parte de ella. Que poco imaginativo son los templos, donde recuerdo que desde chiquito nos decían que ahí habitaba dios. Pero en cambio, que bello es ver y disfrutar su creación a través de una infinidad de peceras. Bien es cierto, el agua es vida.

Chicago no sólo es una gran ciudad con un precioso acuario, es un downtown con una impresionante arquitectura, son tiendas de autoservicio hasta en el pago, son autopistas sin baches y tarjetas de prepago que agilizan el tráfico, son edificios de alturas espectaculares que dan vértigo, es un lago que parece mar de olas que el viento inventa, es una naturaleza amiga y bella, llena de ardillas y venados “que no veo”. Son barrios, algunos latinos con negocios y calendarios mexicanos que borran nostalgias.

Chicago es más que eso. Chicago es: el “amigo”, el “me lele”, el “no veo”, el “cach” (caballo), los “patochs”, la “noquela”, las pisaditas de bailarina, las chiripiolcas escénicas cuando no se entiende el “obvio” lenguaje infantil, las risotadas tiernas y locas.

Chicago es también la pasión por el fut, las narraciones deportivas a distancia, el talento femenino en la competencia machista del deporte. Es también el Guicho osado, paternal, amoroso y responsable. Con un inglés atropellado pero entendible.
Son los viajes a los pueblos olvidados por la cercanía, donde se descubren los viejos amores.

Eso es Chicago; hogar, familia, amor, ternura infantil.

Gracias a mis amigos por abrirme sus corazones e invitarme a su intimidad.

Su amigo de siempre: “El amigo Micky”

martes, 9 de septiembre de 2008

¿Qué distingue a las familias de antes de las de ahora?


Antes de comenzar quiero remontarme a la época revolucionaria de la que fue testigo, la infancia de mis abuelos. ¿Han visto alguna vez una foto de bodas de aquellos años? Se acostumbraba a que el Señor era el que posaba sentado y la esposa de pie. Hablamos de un patriarcado, aunque la señora ocupaba un lugar importante en la familia. Las responsabilidades eran claras y precisas: El hombre - era como el rey - y su papel fue el de proveedor. El de ella - era como la reina – y su papel fue el de servir a su rey y atender y educar a sus hijos.

En aquellas épocas la mujer sólo tenía dos papeles: el de Esposa y el de Madre. Las universidades no estaban preparadas para recibir a las mujeres y se tenían que conformar con aprender de su madre, todo lo concerniente a las labores del hogar: Empezando por la cocina, la costura, el bordado, la confección de ropa, etc. Algunas aprendían música y amenizaban las reuniones familiares tocando el piano. Acudían fervorosamente a los rezos, y esperaban con poca paciencia la llegada del día de su boda, en sus tardíos y apenas adolescentes quince años.

El señor cura y su madre se encargaban de llenarles la cabeza de “pecado” y eso aunado a su poca preparación académica, las mantenía atrapadas en sus labores serviles. No es fácil rebelarse ante tales acontecimientos. Pregúntenle a Sor Filotea de la Cruz que tuvo que meterse al Convento de San José de las Carmelitas Descalzas para poder dedicarse al estudio:
“Yo no puedo tenerte ni dejarte,
ni sé por qué, al dejarte o al tenerte,
se encuentra un no sé qué para quererte
y muchos si sé qué para olvidarte…”

La sociedad de antaño tenía claros los roles y las supremacías y los anticonceptivos no habían aparecido en el plano de la planeación familiar, así como tampoco el invento de la TV. Entonces, las familias se llenaban de hijos (“los que Dios nos quiera dar”). En la familia de mi abuela materna, fueron 16. Siempre la recuerdo embarazada. Dentro de ese esquema, las cosas funcionaban. Las madres asumían su papel con agrado y los hijos tenían claro quién era quién en la familia. El divorcio apareció por ley sólo hasta 1917 pero todavía la moral y las costumbres de la época no lo aceptaban.

Aún en los tiempos de mis padres, los roles seguían precisos, aunque algunos hacían sus primeras apariciones. Ya podían las mujeres estudiar algunas carreras. Existía la posibilidad de separarse o divorciarse, y la cantidad de hijos empezó a disminuir, en casa sólo fuimos 6. Pero la economía no había desatado su furia y todavía se podía vivir con el salario del marido. Las universidades no costaban los millones de ahora y la droga sólo pasaba por México, no se quedaba en casa (más adelante lo explico).

No recuerdo con precisión, pero fue en mi generación que un día, al proveedor no le alcanzó su salario y su mujer tuvo que salir a trabajar para ayudar a los gastos familiares. Devaluaciones, crisis financieras, modelos económicos deficientes, obligaron a la mujer a entrar en el mercado laboral. Tal vez algunas lo hicieron por gusto, pero siento que muchas no les agrado el cambio porque era doble trabajo. Era el acostumbrado ajetreo del cuidado y educación de los hijos, MAS ahora su trabajo asalariado.
Y fue cuando los hijos empezaron a vivirse solos, todavía no llegaba el Internet que los “acompañara”.

Las cosas se complicaron, la claridad de los roles se iba perdiendo y los divorcios fueron en aumento. En muchas familias, la mano se cargo para las mujeres, por su doble labor y los hombres no asumían fácilmente su co-responsabilidad en casa. Empezó la guerra entre las parejas y fueron los hijos los más afectados.

Ahora, la juventud “casadera” decide cambiar. La lejana edad de los abuelos casaderos cambió de los veinte a los treinta y tantos de ahora. Porque en esta época existen nuevas prioridades: tanto hombres como mujeres tienen la oportunidad de estudiar una carrera universitaria y hasta una maestría. Después colocarse en un trabajo y llegar a puestos ejecutivos que satisfagan sus metas y ambiciones. Y para que se pueda dar esto se necesitan algo así como treinta años para lograrlo.

Es más “cómodo” permanecer viviendo en la casa paterna que pagar rentas muy altas que afectan su economía. Antes de los treinta, los jóvenes no tienen planes de casarse y menos las mujeres, que tuvieron que pasar muchos años para que se les abriera la oportunidad de estudio y trabajo y ahora no lo quieren desaprovechar.

Hay un problema: la naturaleza fértil de la mujer empieza a decaer hacia los 35 años. Entonces, las mujeres tienen una disyuntiva: realizarse como profesionistas de tiempo completo o ser mamás de tiempo completo. ¿Creen que las dos cosas se puedan hacer al mismo tiempo? En algunos casos no. Como dice el refrán: “Quién a dos amos sirve, siempre termina mal”. Inclusive hay mujeres que prefieren mejor no tener hijos y creo que esta decisión es más valiente y menos egoísta que la de tener hijos y descuidarlos.

Existen muchas familias en la actualidad que los dos tienen que trabajar, y a los niños los dejan con la abuelita, o con la sirvienta, o con el Internet o simplemente solos. Es muy importante resaltar la necesidad de que la madre esté con sus hijos recién nacidos por lo menos el primer año de vida. Cuando los mandan a las guarderías de recién nacidos, los niños no conseguirán la seguridad y autoestima que requieren.

Para los jóvenes de ahora les toca un gran paquete, porque ellos tendrán que diseñar un nuevo modelo de familia. Tanto el hombre como la mujer, tendrán de colaborar - no competir - y adaptarse a nuevos roles. Es posible que la mujer tenga que ser menos ejecutiva y el hombre más hogareño. O simplemente adecuar las características a los roles necesarios. Si la mujer es más abusada para los negocios que su marido, pues adelante, ella podrá ser la proveedora principal y si el es muy tierno y le gusta cuidar a sus hijos, pues adelante, así se podría encontrar a la “pareja perfecta”.

Lo de la droga tienen que ver con la mayor o menor atención y amor que se le de a los hijos. Acordémonos que los adolescentes están en búsqueda de su identidad y los padres pueden ayudarles a encontrarla. Pero, si los abandonan, los descuidan por estar trabajando, la droga se convertirá en sus aliados y compañeros.

Como ven, el desafío no es nada fácil. Hoy, acordándonos de la foto de bodas de antes, podemos tomárnosla: ambos parados, o ambos sentados, dejando de lado el patriarcado o el matriarcado que tanto daño hace a alguno de los dos, o finalmente quizás a los dos. ¡Por la cooperación y el apoyo!, mis queridos lectores imaginarios.

lunes, 1 de septiembre de 2008

"YA TIENES ALGO QUE CONTARLES A TUS NIETOS"


Han oído esa frase popular, cuando haces algo tal vez extraordinario o fuera de la rutina, que dice: “Ya tienes algo que contarles a tus nietos”. ¡Pues no!. Esta vez no. Esta vez no tengo que contarles nada, porque me los lleve conmigo a la Marcha contra la inseguridad. Claro, ahora les tocará a ellos hacer efectivo el refrán.

Pero que triste que mis nietos tengan que participar en una marcha porque la situación lo amerita. Cuando yo tenía ocho años no había este tipo de marchas ni tampoco había la inseguridad que vivimos ahora, fueron principios de los sesentas. México era otro. Los niños de entonces podíamos salir a la calle a jugar y nuestros papás no se quedaban angustiados por ello.

No había la violencia de los secuestros tan inhumana que hay ahora. Crecimos en un México tranquilo, claro que como en toda gran ciudad, había problemas y cosas, pero jamás como ahora. En cambio hoy, la familia nos vemos marchamos, protestamos, y gritamos juntos por un México seguro.

Es curioso, pero siempre he tenido la idea de que a los niños hay que llevarlos al parque, a los juegos, en pocas palabras: “a cosas de niños”. Ayer los llevamos a la manifestación y su comportamiento fue muy interesante. Hicieron dos pancartas y las iluminaron con plumones de colores. Una decía: “Yo quiero vivir en paz” y la otra: “Y yo también” O sea que mis nietos tenían que caminar juntos para que se entendiera la segunda pancarta. A la gente le hizo gracia esto y les tomaron muchas fotos.

Creo que fueron como 10 Km. los que caminamos y los niños que tienen 8 y 10 años lo aguantaron muy bien. Me parece que lo lograron porque iban muy motivados. Fueron parte de la historia, iban unidos con la familia y ellos también sufren esas consecuencias de la inseguridad.

¿Podrán algún día mis nietos gozar, como yo lo hice cuando tenía su edad, de un México tranquilo y en paz o tendrán que irse a otro país más civilizado? No sé si las autoridades pudieran responder este enigma, pareciera que vamos como los cangrejos, para atrás…