Aprender duele. No puedo quedarme en el mismo lugar, ni ser el mismo después de haber aprendido. Mientras más aprendo, más callado me quedo, observando fijamente hacia una línea lejana, que está más cerca del silencio de lo que yo me imaginaba.
La tarea que tengo que hacer después de empezar a ver lo que antes no veía, tiene que ver con un nuevo amanecer “solitario” que me hace sentir en detalle la vida, pero no la de siempre, la otra, la real.
Estoy sintiendo un cambio de piel, una metamorfosis que presencia la muerte del un capullo agonizante. La muerte de ropas y disfraces que me permitieron representar el juego de la vida. Como el rol de hijo y su dependencia formativa; el rol de esposo y sus intentos de complementariedad; el rol de padre con su seria máscara de autoridad; el rol de estudiante, de profesionista, de ciudadano, de feligrés, y todos los roles que la sociedad me fue imponiendo hasta casi fundirme con identificaciones heroicas.
Está muriendo el gusano anciano en su precaria condición, en el primer acto de su vida, para dejar paso a la mariposa colorida y alegre que tendrá que cerrar el segundo acto y final de tan sólo este capitulo. Muerte y renacimiento de dos aparentes extraños, siameses que ocuparon el mismo cuerpo, sin darse cuenta que eran dos. El que se creyó único, fue cegado por su orgullo, aparentando desconocer a su rival - con la posibilidad - de que con su aparición, encontrara la muerte.
Es curioso sentir al mismo tiempo tristeza y gozo; duelo por una vida que ya no tiene sentido, que se está muriendo y por lo mismo duele, junto con un renacer de aquel que hasta ahora no había tenido la oportunidad de manifestarse vivo. Dos nacimientos en un mismo cuerpo; el primero recubierto de sombra, el segundo de verdad. Dos cordones umbilicales que se tienen que romper, y sólo el segundo lo puedo romper yo, si quiero, porque puedo quedar atrapado al primero.
Aparece en mí una sensación extraña, tan extraña como si no fuera mía, que cuestiona la rigidez mental de la costumbre e invita a trascender un nuevo estado de conciencia. Volverse en el caminante incansable que soy, porque sólo deje momentáneamente de serlo, para aprender. Deje mi efímera memoria local, para dar posibilidad a esa memoria cósmica que viaja conmigo y registra fielmente esos miles de caminos recorridos.
Atreverse a renacer es condición de conciencia, de ver la gracia del karma como oportunidad de aprender, de regresar al Dharma que nos lleva de regreso a casa. Trascender la ceguera de la inconciencia para finalmente poderle sonreír a la vida.
Por último me falta aprender a corporal izar mi nueva conciencia para darle sentido a mi creatividad y sensibilidad humana.
Gracias vida porque el segundo acto ya a comenzado.
La tarea que tengo que hacer después de empezar a ver lo que antes no veía, tiene que ver con un nuevo amanecer “solitario” que me hace sentir en detalle la vida, pero no la de siempre, la otra, la real.
Estoy sintiendo un cambio de piel, una metamorfosis que presencia la muerte del un capullo agonizante. La muerte de ropas y disfraces que me permitieron representar el juego de la vida. Como el rol de hijo y su dependencia formativa; el rol de esposo y sus intentos de complementariedad; el rol de padre con su seria máscara de autoridad; el rol de estudiante, de profesionista, de ciudadano, de feligrés, y todos los roles que la sociedad me fue imponiendo hasta casi fundirme con identificaciones heroicas.
Está muriendo el gusano anciano en su precaria condición, en el primer acto de su vida, para dejar paso a la mariposa colorida y alegre que tendrá que cerrar el segundo acto y final de tan sólo este capitulo. Muerte y renacimiento de dos aparentes extraños, siameses que ocuparon el mismo cuerpo, sin darse cuenta que eran dos. El que se creyó único, fue cegado por su orgullo, aparentando desconocer a su rival - con la posibilidad - de que con su aparición, encontrara la muerte.
Es curioso sentir al mismo tiempo tristeza y gozo; duelo por una vida que ya no tiene sentido, que se está muriendo y por lo mismo duele, junto con un renacer de aquel que hasta ahora no había tenido la oportunidad de manifestarse vivo. Dos nacimientos en un mismo cuerpo; el primero recubierto de sombra, el segundo de verdad. Dos cordones umbilicales que se tienen que romper, y sólo el segundo lo puedo romper yo, si quiero, porque puedo quedar atrapado al primero.
Aparece en mí una sensación extraña, tan extraña como si no fuera mía, que cuestiona la rigidez mental de la costumbre e invita a trascender un nuevo estado de conciencia. Volverse en el caminante incansable que soy, porque sólo deje momentáneamente de serlo, para aprender. Deje mi efímera memoria local, para dar posibilidad a esa memoria cósmica que viaja conmigo y registra fielmente esos miles de caminos recorridos.
Atreverse a renacer es condición de conciencia, de ver la gracia del karma como oportunidad de aprender, de regresar al Dharma que nos lleva de regreso a casa. Trascender la ceguera de la inconciencia para finalmente poderle sonreír a la vida.
Por último me falta aprender a corporal izar mi nueva conciencia para darle sentido a mi creatividad y sensibilidad humana.
Gracias vida porque el segundo acto ya a comenzado.