martes, 27 de octubre de 2009

Unas sonrisas sabatinas


Es curioso, pero reírse con niños de nueve años es a veces tan parecido como reírse con algunos adultos mayores de noventa. Un cero más, pero las risas no cambian, son intensas, sinceras, divertidas, hasta creo que saludables. Y por qué les digo esto, porque lo he vivido, con mis nietos y con algunas alumnas seniles, pero empecemos con la historia…

Ayer fui a la feria con mis nietos, y los juegos se alegraron al vernos llegar. Al primero que se subieron fue a una especie de pulpo gigante, bufaba como un dragón y sus brazos se movían con furia de arriba abajo, dando vueltas al mismo tiempo, creando una sensación de zarandeo irrespetuoso y brusco, pero a la vez que divertido.

Cada vuelta era un adiós del abuelo que desde abajo les gritaba entusiasmado. Ellos reían y dejaban sueltos sus cuerpos, como marionetas frágiles ante la tosquedad del monstruo marino.

Al terminar, corrieron a su segunda aventura, una montaña rusa para niños, aunque por las pequeñas bajadas resultó ser demasiado infantil. Pero con el tercero se desquitaron, era el barco Krakatoa que se balanceaba atrevidamente hasta llegar a un punto, antes de que diera toda la vuelta, y nuevamente oscilaba sin descanso de un lado a otro, sólo se le veían los cabellos parados de mi nieta.

Después siguieron las tasas, el látigo, los carros chocones, las sillas voladoras, y un sin fin de juegos todos ellos divertidos.

¿No les ha pasado, que al dejar soltar esa risa entre nerviosa y divertida, es como si nos estuviéramos riendo con los juegos? Los juegos que toman vida al oírnos y se ríen con nosotros, resultando un concierto alegre entre los coros de mis nietos, de los juegos y los míos.

La diversión entre mis nietos y yo estaba en sincronía y nos hacía hermanarnos en nuestra aventura. Subían y bajaban de un juego a otro sin cansarse, gozando de las sensaciones que la feria les provocaba, el único que se estaba cansando era mi bolsillo, porque no hay dinero que alcance para la diversión de unos nietos. Pero todo tiene su fin, sólo nos faltaba el tiro al blanco y las canicas con premios, que en este primero resultaron ser unos extraordinarios tiradores, uno con pistola y la otra con rifle, a pesar de que éste era más grande que ella.

Nos fuimos por fin de la feria y en casa, claro, seguimos jugando juegos de mesa, cenamos, intentamos ver un poco de televisión, pero la guerra de almohadazos nos interrumpía constantemente. Siguieron las luchas, imagínense: en esta esquina de 30 kilos, niño de 9 años y en esta otra, con 33 kilos, niña de nueve años. ¿Quién creen que gano?... Mi nieta. Por fin, a las 12:30 pm les llego el sueño, primero al niño que quedo, sin taparse, profundamente dormido y finalmente, y gracias a dios, cayó la niña y claro en seguidita también el abuelo quedo totalmente aniquilado.

Que bueno que solamente son mis nietos, si no, hoy estaría sencillamente muerto.

El abuelo Micky