miércoles, 5 de agosto de 2009

¿DÓNDE ESTÁ DIOS, MIGUEL?


Ayer un amigo me mandó un correo que decía escuetamente:
¿Dónde esta Dios, Miguel?

Me quede pensativo unos instantes… sentía que a través de sus cortas palabras se escuchaban gritos de desesperación, de soledad, de vacío. No era la primera vez que yo me enteraba de su estado anímico, más bien era ya una constante que se había hospedado los últimos años en su vida.

Era un parásito que se alimentaba y devoraba sus ganas de vivir y no lo dejaba sonreír. Era su sombra que se había apoderado de la silla del rey y ahora gobernaba a sus anchas, sin que hubiera poder alguno que lo desplazara o aniquilara.

Incluso, llegué a pensar que se iba a quitar la vida… pero no, la muerte no rondaba su melancolía, era solamente su depresión la que lo hacía vulnerable.

Es curioso, pocas veces nos acordamos de Dios, y estas son cuando lo perdemos de nuestro ser. Lo buscamos desesperadamente fuera de su casa, donde sabemos que ahí, jamás lo vamos a encontrar. Es como si buscáramos un pez en el desierto, o un águila real en el fondo del mar.

Dios, no se encuentra en las iglesias, ni en los símbolos fetiches de la fe. Nos han hecho creer de siempre en un dios humano, justiciero, barbón, viejo, que vive a miles de kilómetros en una nube de azúcar. Que sólo se lleva de a “cuartos” con los jerarcas que usan la mitra y concesiona cuando lo solicitan los reyes y poderosos.

La ceguera invade nuestras peticiones y clamamos a Dios como si nos fuera a resolver nuestros problemas. Pedimos, como si fuera el pedido al “Niño Dios” para que nos traiga juguetes en navidad. Pedimos, como si fuera a nuestro padre que nos da los “domingos”. Pedimos, como los críos piden.

Dejemos de comportarnos como niños berrinchudos y hagámoslo como adultos agradecidos. Dialoguemos en silencio, con nuestro interior y digamos gracias por lo que somos y tenemos. Porque ser y tener van de la mano. Yo tengo lo que soy. Si yo soy rico, tendré riqueza, si yo soy positivo, atraeré “suerte”, si yo soy humilde, sabre que no estoy solo, si yo soy feliz, habré aprendido a jugar, si yo soy lo que soy, sólo así podré agradecer.

Creemos que somos desafortunados porque buscamos culpables de nuestro infortunio. No nos damos cuenta de que somos nosotros los que atraemos los eclipses de nuestros días. Somos nosotros los que apagamos la luz y quedamos a oscuras, para tropezarnos con nuestras propias trampas. Somos nosotros los culpables de nuestra pobreza espiritual.

Preguntar: ¿Dónde está Dios? Es como preguntar: ¿Dónde estamos nosotros? ¿Dónde estoy yo? Dejémonos de niñerías, porque llegará un día, en nuestra adolescencia, que una voz en tono fuerte nos dirá: “déjate de tonterías, el “Niño dios” no existe, es tu papá”, o lo que es lo mismo: “Deja de pedir al dios de afuera, asegúrate que tu petición llegue al Dios que está adentro de ti, tal vez, hasta seas tu mismo”.

Es cuanto